Tiempo de reflexión y perdón
Por: Roque Filomena
Ante un mundo cada vez más convulsionado, donde la confusión, las enfermedades, el engaño y la crueldad ejercen su papel protagónico, es inevitable que nuestra conciencia se atormente y nos reclame momentos de reflexión que le permita soportar tanta carga emocional que traen consigo los distintos episodios nefastos que se reciben a diario como misiles disparados por todos los medios y desde todos los rincones del planeta.
Darnos tiempo para la reflexión personal, nos da la oportunidad de analizar con detenimiento todo lo que nos sucede y cuanto ocurre a nuestro alrededor, para poder transmitir tranquilidad y serenidad, a la vez que nos ayuda a llegar a conclusiones objetivas y realistas que nos convidan a conocer nuestras virtudes que nos hacen crecer, así como los defectos que nos debilitan como personas.
Aumentar nuestra capacidad de reflexión o sentir momentos de paz y reconciliación, influirá de forma muy positiva en nuestra vida y más en este tiempo en que conmemoramos la muerte de Jesucristo, en que la humanidad entera se ganó el inmerecido favor del perdón por la sangre derramada por el cordero de Dios en el más sublime y noble acto de amor y sacrificio expiatorio.
Pensar en la difícil necesidad del perdón es un acto importante que nos lleva a la reflexión, y en efecto, nos damos cuenta que nadie está libre de heridas, como consecuencia de frustraciones, decepciones, malas intenciones, problemas, penas de amor, traiciones, y cuando es grave la ofensa, muchas veces no basta con solo pedir perdón sino demostrar un sincero y definitivo arrepentimiento, más allá de la reparación y la condena.
Porque las dificultades de vivir en sociedad, se traducen en conflictos en las parejas, en las familias, entre jefes y empleados, entre compañeros, entre vecinos, entre políticos, entre gobernantes y gobernados, entre religiosos, entre razas o naciones, y todos tienen algún día la necesidad de perdonar para restablecer la paz y seguir conviviendo.
“No dejes que muera el sol sin que hayan muerto tus rencores”, decía Mahatma Gandhi”, y en realidad, muchas personas sufren por vivir con un perenne resentimiento, porque el que no perdona no se da cuenta que poco a poco se aísla y empieza a olvidar lo grato de su vida, haciendo más difícil lo difícil, y lo agradable, se va opacando con el tormento de la amargura.