Cine colombiano: La Suprema
Por : Gonzalo Restrepo Sánchez
Sobre el tema de la marginalidad (“Chocó”, 2012 de Jhonny Hendrix) y la exclusión social, el cine colombiano se ha nutrido muy bien, y realmente existen excelentes cintas al respecto, como también esos seres marcados por la abyección (“Rosario Tijeras” entre otros). Lo que no suele ser tan común, es que dicha pobreza sea contada a través de un melodrama con tintes de comedia. En este sentido, el director Felipe Holguín de “La Suprema” sale bien librado.
Además, de ser rodada en la vereda “La Suprema” del municipio de Matuya en María la Baja (Bolívar); fue la colaboración activa de la gente, tanto detrás como delante de cámaras. La película está inspirada en una historia escrita por el cartagenero Manuel Jaimes Triviño, asentada en una fábula en San Basilio de Palenque (1977), cuando “Kid” Pambelé quedó campeón del mundo, y alguien del Gobierno fue a San Basilio con un donativo para la comunidad y la familia del boxeador en particular, pero dadas las condiciones de pobreza de la aldea, el mezquino regalo, pone a la vez —un televisor—, “los punto sobre las ies” [entiéndase el desequilibrio entre la ilusión del pueblo y la desfachatez del Gobierno].
Protagonizada por dos actores cartageneros y una extraordinaria cantautora de bullerengue, “La Suprema”, relata la vida de Laureana (Elizabeth Martínez), una niña que idealiza con ser boxeadora, si bien, su vida está atiborrada de problemas sociales y económicos. Por eso su disputa más grande es manifestar que en medio de la precariedad, el sueño y la espera son la mayor arma y la entidad de elle y una comunidad.
“La Suprema” tiene momentos revoltosos a su desparpajo —muy a lo caribeño— y la consabida iconografía de la pobreza puesta al servicio de crear contrastes entre lo que se es y lo que se aspira. Aun así (pues suscita la risa), esto es minúsculo dentro de un relato en el que se supone que la condición de su personaje principal Laureana, sigua siendo prisionera de sus sortilegios y los de los demás de los suyos, sin desmedidos caos, y, ni más momentos que puedan ser recordados para el porvenir.
Una opción apropiada para quienes se arriesgan con su primera incursión en el mundo del largometraje —salvo excepciones—, adaptan un pequeño presupuesto ya que no están integrados en la industria cinematográfica, y es por supuesto, esa válida cooperación o ese cine de cooperativa como lo denomino y poder llevar a cabo una película que, en la ya puesta en escena, aprovechan los universos y elementos ya existentes para componer “el plano”. Una idea que en su momento defendieron los promotores de la “Nouvelle Vague”.
Por otro lado, los emplazamientos de la cámara, son lo convenientemente diferentes como para sortear la invariabilidad de la planificación, y que ciñen los encuadres de tal forma que, las contadas localizaciones de la vereda parecen más completas y diversas —en particular, los exteriores—, aunque sin optar por concluyentes ángulos y tamaños que, en pocos planos, brindan una configuración agradable, en cuanto a la totalidad del escenario.
La película por consiguiente, más que ceñirse a la pobreza y exclusión social, todo lo enfoca en clave de comedia a veces en las aspiraciones y diálogos de quienes habitan un cosmos siempre a mejorar y con optimismo. “La Suprema” entonces halla una afable y dichosa armonía entre entorno e individuo. Dicho de otra forma, la perspectiva aquí retratada cobra una especial notoriedad para concebir y avivar las acciones del interlocutor, pero asimismo es la actitud y la mirada de este, la que otorga un significado nuevo a lo que le rodea.