Opinión

Que la indiferencia no “inunde” nuestros corazones

Por: Patricia Berdejo

Ríos desbordados por intensas lluvias, municipios y corregimientos devastados por los rigores del cambio clímatico, cosechas perdidas, vías colapsadas, dantescas emergencias, viviendas afectadas, pobladores arrastrados por crecientes, riadas y precipitaciones en varias regiones de nuestra Colombia, constituyen el panorama sombrío de una nación que, no solamente es arrasada por el ímpetu de una naturaleza soberbia, sino por la negligencia y las precarias administraciones y políticas de un estado pérfido e indolente. Está por demás abonarle, la indiferencia y apatía de cada uno de nosotros, como habitantes de uno de los países más pródigos de América Latina en recursos naturales y otros tantos.

Ajenos, observamos el implacable siniestro, la tragedia que no nos acoge, desde la placidez de la comodidad en que habitamos, sin detrimentos ni goteras en el techo y exentos de afectaciones en nuestros chécheres y trastes, porque fácil es ver, pero jodido es “sentir”, y si acaso… “sobrevivir para contarlo”.

Ejemplar respuesta de los españoles a sus coterráneos en la Comunidad Valenciana por la “Dana”, que irrumpió sin que la alerta de emergencia les llegase oportunamente y que dejó provincias enteras destruidas, atiborradas de lodo, automóviles averiados e inservibles, desaparecidos, muertos y una desolación inenarrable.

Allí, acudió masivamente el pueblo raso desde todas las regiones de la Península Ibérica recorriendo largos kilómetros con botas, picos, palas, ropa, medicamentos, utensilios de aseo, alimentos, dotaciones múltiples y sobretodo, con los implementos que les concedió su corazón noble y generoso para suplir las falencias que no les ha solventado un gobierno tan pútrido como el nuestro. Catástrofes que, predecibles o no, han de transformar nuestro amañado libreto y el modo equívoco en que solemos percibir el universo.

Es indiscutible que los recursos de ayuda y auxilios le competen al Estado, pero de alguna manera se hace indispensable ofrecer un aporte, que por nimio que parezca, ha de convertirse en una prioridad que hemos tardado en imponernos en actitud solidaria y empática, por una causa que en vez de asombrarnos y sumirnos en un mar de lamentos, nos corresponde solucionar entre todos.

Ilustración de: Allan McDonald

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