Sin rosarios ni flores
Por: Patricia Berdejo
Comunicadora Social-Periodista
Fallida empatía con aquellos que conversan con los seres que partieron, casi siempre, en coloquiales diálogos que simulan fábulas; les hablan con la certeza de que la rigidez del cuerpo no involucra a los sentidos, aceptable subterfugio para el consuelo de las almas tristes, aferrarse a la religión divina, cifrando la esperanza en el reencuentro, repetir el RIP, hacer uso de él, para lamentar lo irremediable, y asumir que con esta expresión, el dolor y el vacío se subsanan.
No asumo diferencias entre el humano que se fué y la cucaracha que aplastamos, imaginarme esa otra vida post mortem, ni comprender por demás, la ficción de la resurrección de la carne, con sus dogmas y preceptos.
El abrazo que no es, para mi madre, si hubiera alcanzado hoy sus 83 años, plena de salud, y con sus ojos centelleantes de la luz que se opacó; no me convoca a buscarla al camposanto ni a ninguna inmensidad; luctuosamente ataviada y con un manojo de sintéticas flores, para alegrar a los vivientes o asirme quizá al rosario que no rezo o a la fé que no profeso.