De Creta a El Espinal
Por: Patricia Berdejo
Desde Roma, pasando por Creta y su leyenda del Minotauro, España y la censura del Concilio de Toledo en 1565, hasta la creación del primer matadero sevillano bajo el reinado de Fernando VII, la lucha entre la bestia y el matador en cualquiera de sus formas, mantiene a la tauromaquia en deleznable apología al morbo y a la barbarie.
Capotes, muletas o pañosas, banderillas, rejones, puyas, estoques, avivadores, picadores, verduguillos, puntillos y demás utensilios y elementos de tortura que evolucionaron con el tiempo, en sus diseños, con el fin de mitigar el “maltrato al toro”, denotan que esta antigua y cruel afición manifiesta y expresa no solamente un ritual de pasiones que, mediante la humillación y la burla, no solo doblega al animal para divertir y satisfacer a un público ávido de sangre, sino que lo somete entre vueltas y rodeos a un final atroz y en extremo doloroso.
Desde la cultura cretomicénica, y como legado también de la tierra de Cervantes, una de las cunas de la faena taurina, surgen también las corralejas como una práctica rudimentaria que tiene sus acervos en las llegadas del ganado vacuno a diferentes regiones de Colombia, que con el toro de lidia irrumpe en el arenal del redondel sin leyes ni más normativas que un escenario cerrado con improvisados palos, horcones de madera y cañas de guaduas y el concurso de aquellos avezados peones y hacendados que por sus labores o asuntos del oficio, se atreven a lanzarse con el capote de la valentía a mantear a estas fieras cornudas, sin merodeos, miedos ni titubeos, terminando, en casi todos los eventos mal heridos y en el peor de los casos, muertos.
Es así, como de establo en establo, de llano en llano y de provincia en provincia, surgen las “Fiestas en Corralejas”, que en inexorable fusión con los arraigos religiosos, se cimientan como tradición en algunos sectores de nuestra geografía.
En Sincelejo (capital del departamento de Sucre), nacieron aproximadamente en el año de 1845, en el buen nombre de San Francisco de Asís y con la participación de garrocheros a caballo, banderilleros y el sonar de las bandas con sus instrumentos de viento, hacían de este espectáculo uno de los acontecimientos folclóricos y culturales más pintorescos y atractivos del país.
El 20 de enero de 1980, con el fervor del licor, los toros de casta, y los acordes alegres de las papayeras que congregaban en la plaza principal a miles de espectadores, músicos, vendedores, provincianos y foráneos; la potencial estampida se produjo por los estruendos de un inusitado aguacero; un desplazamiento colectivo desplomó los palcos, provocando una tragedia que dejó innumerables heridos, muertos y por ende el colapso en clínicas y hospitales aledaños. En adelante, Sincelejo vivió y sobrevivió sin el deleite de su tradición más preciada y con el perenne recuerdo de los que por infortunio no sobrevivieron al “banderillazo” del destino.
Pasadas más de cuatro décadas, esta semana, en El Espinal, municipio situado en el departamento del Tolima, se revive el inadmisible drama que aunque de menor magnitud, deja no solo ríos de sangre humana y animal, sino el dolor inconmesurable a más de un colombiano que no se atreve a clavarle una estocada mortal a la “fiesta brava”.