Opinión

Alma, Corazón, Vida

Que arda! 

Los escritores que quisieron destruir su propia obra

Por: Ada Nuño

Siempre costará entender qué lleva al escritor a quemar su propia obra, como Saturno devorando a sus hijos. Y, sin embargo, no son pocos los ejemplos.

Cuando la biblioteca de Alejandría se quemó, se perdió una parte de la humanidad para siempre. El papel arde, el humo se extiende, y los pensamientos de miles de personas registrados en el pergamino se difuminan hasta desaparecer, debido a uno de los peores actos de barbarie que pueden provocarse.

Si allí donde se queman libros se acaban quemando personas, siempre costará entender qué lleva al escritor a quemar su propia obra, como Saturno devorando a sus hijos. Y, sin embargo, no son pocos los ejemplos que se han dado en la historia de la humanidad. Aquí van algunos de los más famosos.

Franz Kafka:

Probablemente es uno de los casos más conocidos. En la década de 1920, cuando Kafka ya estaba enfermo, decidió dejar en herencia a su agente y amigo de confianza Max Brod una serie de escritos (viñetas, obras inacabadas, puros garabatos, diarios de viaje o cartas) para que este los quemase.

Brod no solo se negó, sino que conservó los papeles después de su muerte y ayudó a consolidar la fama del escritor publicando algunos.

Sin embargo, Brod no solo se negó, sino que conservó los papeles después de su muerte y ayudó a consolidar la fama del escritor publicando algunos. De hecho, hace unos años, decenas de documentos personales del escritor vieron la luz en Jerusalén.

Vladimir Nabokov:

“¡Quema la novela!”. En este caso fue el célebre escritor de ‘Lolita’ el que le pedía a su mujer, Vera, en la localidad de Montreux en Suiza, que por favor quemase su novela ‘Laura’. Como sucedió con Max Brod, ella no cumplió la petición de su marido, y la guardó el original en una caja fuerte de un banco suizo, donde estuvo durante tres décadas.

Estuvo ahí, hasta 2005, inacabada (aunque acabada en la cabeza del escritor, según dijo a un periodista), y después fue finalmente publicada hace unos años por su hijo. Aunque no con el consentimiento de Nabokov.

Emily Dickinson:

La apasionada poeta estadounidense pidió a su hermana Lavinia, poco antes de morir en 1890, que quemara todos sus papeles. Su hermana obedeció en esta ocasión, aunque con reticencias: mandó quemar la correspondencia, pero no incluyó los 2.000 poemas que Emily había escrito en cuadernos y hojas sueltas porque no consideró, muy apropiadamente, que se hubiese referido a ellos. Quizá si hubiera sido un poco más obediente nos habría privado de una gran obra.

Mijaíl Bulgákov:

A veces, si tienes memoria suficiente, puedes volver a escribir lo que quemaste. En marzo de 1930, Bulgákov recibe la noticia de que una de sus obras, ‘Cábala de santurrones’, ha sido proscrita. Se levanta, mira a su mujer Yelena Serguéievna Bulgakóva, y echa al fuego una a una las páginas del original ‘El maestro y Margarita’. Las llamas acaban con esa primera versión, aunque él volverá a escribirla.

Completó el segundo borrador en 1936, momento en el que la mayor parte de la trama de la versión final quedó estructurada. Concluyó el tercer borrador en 1937. Bulgákov siguió puliendo la obra con ayuda de su esposa, pero tuvo que dejar de trabajar en la cuarta versión cuatro semanas antes de su muerte en 1940. Su mujer la terminó entre 1940 y 1941. Actualmente, la reconstrucción posterior de Marietta Chudakova es considerada la versión más autorizada y de ella existe una traducción al español de Marta Rebón, publicada en 2014.

Lord Byron:

En este caso hay truco, pues realmente el protagonista no tuvo mucho que ver en la quema de su propia obra. Cuando Lord Byron escribió sus memorias, se las envió a su amigo, el poeta Thomas Moore, explicándole que no debían ver la luz hasta su muerte. Causaron mucho revuelo: mientras que Moore quería publicarlas, otro de los amigos de Byron (John Hobhouse) se negó porque alegaba que dañaría su reputación.

El editor de Byron, John Murray, estuvo de acuerdo. Las partes no se pusieron de acuerdo y la discusión fue terrible. Finalmente, la decisión fue hacer desaparecer el manuscrito: fue lanzado a las llamas, acabando con las reflexiones íntimas de uno de los autores más importantes del siglo XIX.

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