Crónicas Destinos

Sendero ambiental inclusivo, una nueva apuesta del turismo ecológico en Valledupar

Por: Lida Mendoza Orozco

A escasos cuatro kilómetros de Valledupar se encuentra un pulmón verde propicio para disfrutar de la tranquilidad que ofrece la naturaleza, un bosque seco tropical con flora y fauna diversa. Se trata de la reserva natural “Para ver la Esperanza”, un lugar con más de 40 años de conservación.
Es imposible llegar y no sumergirse en sus paisajes, alzar la vista para divisar la altitud de los árboles y sus follajes, para escuchar el canto de las aves o permanecer silenciosos en busca de encontrar la variedad de animales que allí habitan como los monos, osos o serpientes.


Algo que llama la atención al llegar al lugar es que esta reserva tiene varios senderos, uno de ellos, el “Leandro Diaz”, en homenaje al destacado juglar vallenato, ciego de nacimiento. Este caminito ha sido habilitado para que personas con discapacidad visual puedan recorrerlo y disfrutarlo, convirtiéndose en una de las primeras reservas con el factor de inclusión en el país. “ Gracias al programa Riqueza Natural de USAID que apoyó en la adecuación, construcción y acompañamiento técnico para la construcción del primer sendero de turismo inclusivo y sensitivo. Está acondicionado con una línea de vida y códigos QR a través del cual las personas pueden captar en su celular y escuchar los sonidos de la naturaleza o la descripción del lugar que está visitando”, me contó Lily Mendoza, una de las propietarias de la reserva.


Son 379 hectáreas para respirar aire puro, tener contacto cercano y conocer un bosque seco tropical.
La experiencia de visitarla por primera vez fue única, los invitados a esta jornada recorrieron el lugar con los ojos vendados, “poniéndose en los zapatos” de un discapacitado visual, para apreciar la belleza del lugar “con otros ojos, con los ojos del alma como Leandro Diaz”.
Aunque quise disfrutar de ese especial ejercicio al que fuimos invitados, mi labor como periodista me lo impidió, tenía que estar atenta a realizar entrevistas, tomar fotografías, hacer videos, así que opté por seguirlos y convertirme en observadora, aunque de vez en cuando aproveché por unos minutos para cerrar y alzar los ojos al cielo para agradecer a Dios por darme la vista.
La actividad sirvió no solo para conocer y disfrutar este lugar sino para reencontrarme con amigos, para quienes este recorrido fue todo un reto, allí compartí con mi amiga July López, ingeniera de la Secretaría de Ambiente del Departamento; al terminar la caminata, un poco cansada, me pudo describir lo que había sentido, cuando comenzó a contarme le ví el brillo en sus ojos, estaba extasiada:

“No fue fácil tener los ojos vendados y caminar y sentir, porque se vuelve un tema de sentimiento más que de ver o de observar o apreciar el entorno con limitaciones porque no podemos ver pero si podemos sentir, respirar, escuchar los sonidos de las aves, de los animales existentes. Valoro mucho esas limitaciones que tienen esas personas, fue una sensación única muy bonita”.


Me sentí feliz de volver a encontrarme con Albeiro Castro, un amigo con limitación visual con quien compartí aula en el Diplomado de Turismo que hicimos gracias a Upar Sistem y Usaid. Creo que entre todos nosotros, Albeiro fue uno de los más contentos, “Me sentí feliz de participar en esta experiencia, porque pude disfrutar la tranquilidad que nos brinda la naturaleza, que no tenemos en la ciudad donde hay mucho ruido que nos distrae”.
Al terminar el recorrido, los asistentes tuvimos la oportunidad de intercambiar experiencias con los miembros de la familia Mendoza Vargas en cabeza de la matrona Lilia Vargas de Mendoza, con César, su hermana Lily y la pequeña Antonella. Las conversaciones fluían y cada uno quiso contar sus emociones mientras degustábamos agua de coco, café, tutifruti o una típica arepa de queso rellena con carne molida.


A medio día terminó la jornada ecológica, nos reunimos a organizarnos para las fotos del recuerdo, pero para el regreso a los buses nos esperaba una sorpresa más, recorrimos el sendero “Rayito de Sol”, un camino serpenteante y escarpado, con buena sombra, allí se colaban tímidos rayitos del astro rey y se escuchaba el paso de las iguanas; yo estuve muy pendiente del camino mirando y auscultando el terreno, es que ya había tenido una experiencia dura, porque en alguna ocasión, visitando una reserva forestal, a causa del difícil acceso en un camino lleno de muchas piedras filosas, se me dañaron mis tenis, a pesar de ser relativamente nuevos, mis zapatos quedaron sin suela y me tocó terminar el recorrido de regreso, en calcetines y esta vez, no quería que me pasara lo mismo, así que fui muy cuidadosa.

El recorrido por “ Rayito de Sol” lo hicimos un grupo pequeño “en fila india” y aprovechamos para bromear un rato, algunos amenazaban con la aparición de animales salvajes, otros nos reíamos mientras los últimos de la fila exclamaban al unísono: “ Estamos perdidos, no escuchamos al otro personal que salió primero, no se escucha el ruido de los carros”, mientras quienes encabezaban el recorrido lograban ver el claro de sol que daba fin al sendero. Subimos a los buses y emprendimos el regreso a Valledupar, plenos de gratitud y felicidad, dispuestos a promover este lugar para que muchas más personas puedan vivir esta grata experiencia .

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