Cine de Terror : Entre realidad y ficción
Por Gonzalo Restrepo Sánchez
como dijo Federico Fellini: “El cine es un instrumento único [aunque creería que no] y perfecto para explorar con precisión los paisajes interiores del ser humano”. En la cartelera local se programan dos cintas del género de terror. Por un lado la sueca “Cuando el demonio llama” (“Andra sidan”), llena de escalofríos, elementos sobrenaturales y escenarios escandinavos; y por el otro: la norteamericana “Invitación al infierno” (“The Invitation”). Filme cargado de los mismos clichés del género a través de un romance gótico. Si nos atenemos a los títulos, pues vivimos cinematográficamente hablando entre el demonio y el infierno. Además, por aquello de ciertos traumas entre la pantalla y el espectador [otro asunto], surge la pregunta: ¿Cuándo ese mal se sumerge en el inescrutable goce del otro?
Pues desde que el psicoanálisis y tomando como referencia a Lacan, cuando “aquello que escapa o ex-siste” [ocasiona la división sin remedio del goce y del semblante] cambia a lo simbólico e imaginario; de todas formas, si lo que ve el habitante de la sala de cine puede ser [para él] verídico o no, lo real para el psicoanálisis nada tiene que ver con una condición a lo mejor filosófica; ya que el estupor, vértigo, confusión, palpitaciones; son “objeciones” propias del espectador a su confrontación.
Otro tema en este cine de terror, es el relacionado con la ausencia [en apariencia] sobre la beldad. Si bien, el poeta Rainer Maria Rilke señalaba que lo bello “es el comienzo de lo terrible que todavía podemos soportar”. Y en esa misma línea, Lacan dibuja a lo bello como la última barrera ante lo real de la Cosa innombrable [en las dos cintas aludidas hoy, se verifica]; al fin y al cabo, todo resulta ser la relación con un ser turbador y juzgaría que para nada simbolizable. Esto es defendible, ya que el sujeto no sabe lo que ciertamente limita su mente, pero al ver una película de terror; revive a través de sus pensamientos, lo que seguramente en su estado consiente no “pasaría” por su mente. “El cine negro (film noir) y el cine de horror son tal vez los dos géneros cinematográficos que más han estado expuestos a la interpretación psicoanalítica” (Cuéllar Barona s.f., 228).
Si a fin de cuentas, una creación artística [cine, pintura, teatro, etc.] es un relato subjetivo, una ficción ajustada —e individual— de la naturaleza humana. El psicoanálisis ha sido terminante para el artista en general [e incluyamos a los cineastas], que tiene sobre las demás personas la ventaja de hacer, según Lacan con su “sinthome” [una conducta estereotipada, que quiere decir entre otras cosas que no hay goce del otro]; un interlocutor feroz que se exige sumiso al goce de su propia contraseña.
Las escenas que vemos sobre el psicoanálisis en las películas, dicen más del cine que del psicoanálisis, ya que el cine tiene una narrativa particular: mira al psicoanálisis como un lugar de donde fluyen historias para poder contarlas a su manera, con su lenguaje, y en sus tiempos. Puede divertir con el tiempo de manera que el pasado, presente y futuro puedan coincidir —como en el inconsciente.
Las dos películas en mención y para un pasatiempo terrorífico tan agradable como predecible, esa mirada inspiradora y desigual que cabría esperar de un trabajo ajeno a Hollywood; queda reducida a una cierta singularidad del hábitat para este género. Y todo ello se logra, además ―lo que a la postre resulta más significativo―, sin la necesidad de emplear una buena inversión económica. Ese relato [pseudoverídico] ha facilitado la incursión en el género de creadores jóvenes, primerizos o independientes, o bien de filmografías que por su procedencia [incluyo a latinoamericana], no suelen tener grandes presupuestos de producción.