Crónicas Opinión

Felizzola

Por: Pedro Norberto Castro Araujo

En días pasados tuve a bien escribir una nota en honor a la memoria de María Matilde Filizzola de Canales, cuando lo hice escudriñé en mi biblioteca  sobre la genética de su apellido, la lectura me llevó a encontrar una curiosa historia de un hombre recio llamado Nicolás Filizzola Fernández, quien nació el 19 de octubre de 1897, en Zaraza, una ciudad ubicada en los llanos orientales de Venezuela, hijo del inmigrante italiano don Guillermo  Filizzola Ferrari y doña Angelina Fernández Toro.

Cuando murió su padre en la década del 20, Nicolás,  aún no llegaba a los 30 años, debió tomar las riendas de 8 hatos ganaderos de singular importancia territorial. Predios ampliamente conocidos por él, pues al ser el hijo mayor del matrimonio siempre los había trabajado al lado de su padre.

Nicolás se hizo famoso no solo por las enormes riquezas heredadas de su padre, las cuales se acrecentaban cada día, hasta convertirlo en el hombre más rico de Venezuela. Tenía una debilidad por las armas ello lo llevó a adquirir renombre como pistolero, algo de lo que siempre presumía cuando de intimidar a alguien se trataba. 

Cuentan que algunas veces se le veía decir en noches de borrachera que él mataba a las personas y luego las pagaba con 100 reses del mismo color del difunto. Este carácter de hombre recio y temible le valió múltiples apodos entre ellos “El tigre de los llanos”.

Vivió como soltero empedernido, viajando en su Cadillac gris convertible, en cuyo maletero nunca faltaban  botellas del más fino  licor para agasajar a la dama de turno, alternando su estancia entre sus propiedades en el llano y Caracas, donde alquiló de manera permanente el penthouse del más lujoso hotel de Venezuela.

Entre tantas anécdotas, cuentan que en una oportunidad casi lo matan en una riña en un lujoso bar cuando alguien de nombre Alfonso Rebajas, le lanzó unos tiros, pero falló y tuvo que salir huyendo por medio de las ventanas rotas. Filizola le gritaba desde su asiento: “párate vagabundo,  para enseñarte a disparar” . Desde entonces Alfonso vivió con el temor de morir a manos de Filizzola.

A lo largo de la vida, Filizzola le ordenó a sus abogados  elaborar ocho testamentos. El sabía que por la forma en que había vivido, en cualquier momento podría terminar muerto.  Según sus abogados siempre era lo mismo, después de decir su nombre y el de su padre, se declaraba soltero y sin hijos. 

A veces dejaba sus bienes a los hijos de su hermano Víctor o a cualquier otro familiar. Luego de un tiempo, reconciliado con sus mujeres y sus hijos lo mandaba anular y hacía uno nuevo.

Para el momento de su muerte reposaba en el registro de la  ciudad el que fuese el octavo y último testamento y donde dejaba todos sus bienes al único hijo natural que había reconocido: Gregorio Filizzola Matute, quien para ese entonces contaba con 12 años. el testamento tenía una cláusula especial: Si al momento de su fallecimiento su heredero  aún seguía siendo menor, su hermano Gregorio Palacios se encargaría de administrar los bienes, pagar los impuestos, hacer el inventario y mantener los bienes en aumento hasta la mayoría de edad del menor.

La fortuna de Filizzola contabilizada por su hermano Gregorio  superaba 37.000 cabezas de ganado, 60 mil hectáreas, 5 millones de dólares de la época a lo que hoy serían  unos 40 millones de dólares 

Murió el 25 de mayo de 1963 en un intercambio de disparos con José Belisario, el capataz de una de sus haciendas.

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