¿Ya está el arroz?
Por : Patricia Berdejo
El arroz, aliado ineludible, como alimento de miles y millones de parroquianos en el mundo, tiene mucha literatura en cuanto a su origen, proveniente de Asia y segundo cereal más cultivado del universo, quizá. Chinos y japoneses se disputan los inicios en el arte de sembrarlo y recolectarlo. Los árabes como pioneros de introducirlo a Europa y estos, a su vez, los que lo trajeron a América para bien de muchos y consuelo de todos.
Grecia narra una historia, Egipto otra, y así. Los españoles y hasta los alemanes se atribuyen el honor de haberlo expandido, tantos datos desde sus comienzos en “el plato nuestro de cada dia” y sobre sus técnicas de crecimiento, fumigación, tipos y demás lides para procesar y empacar este insustituible y básico cereal para nuestra cultura gastronómica en Occidente y de otras latitudes también, que, tendríamos que acudir a un experto “arrozólogo” para estudiarlo mejor.
Arroces, para gustos y colores, eso dicen los señores. Había que ver a mi abuela Lucila “expurgando” en una poncherita de peltre el arroz, con la magia de un ritual que se hacía pedagógico, sacándole piedritas, mugres, cascaritas y de cuanta vainita, como si no presagiara ella, que mis pininos en el arte de la “arrocería” no requerirían de tanta antesala ni arandelita.
Arroz de grano largo, arroz integral, arroz parbolizado, arroz pilado, arroz arborio, arroz sin pilar, arroz trillado, arroz negro, arroz para paella, arroz aromatizado, arroz vitaminado, arroz precocido, arroz cocido, arroz frito, bolúo y hasta teñío. El que yo comía en Alicante era de grano redondo, brillante y de sabor horripilante.
Arroz blanco, con fideos o palito, arroz con pajarito o madurito, con coco, con fríjol cabecinegra, con ahuyama, con ajo, con verduritas, con almendras, con espinacas, con zanahorias, con ají, trifásico, con pollo, con chorizo, con salchichones o salchichas, con cerdo, con carne de res, con mariscos, apastelao, frito, chino, caldoso, sepultao, rissoto, crema de arroz, arroz con leche, chicha de arroz, cereales de arroz soplado, sopas de arroz, pasteles de arroz, croquetas de arroz, torta de arroz, chocolates con arroz tostao, papel de arroz, pan de arroz, agua de arroz, fideos de arroz, galletas de arroz, pasabocas de arroz, bocadillos de arroz, harina de arroz y hasta arrocito pa’l loro. Complemento único hace las delicias en el paladar del rico, del pobre, del adinerao, del rezagao, del trastocao y el llevao.
Era tal la pasión de mi progenitora por este alimento generoso, que un día cualquiera llegó a casa de la familia Barrios en Fundación y su peculiar saludo, a ninguno sorprendió: ¿ya está el arroz? Su premura no daba lugar a la espera y se lo sirvió casi crudo, humeante y sin presa; frenética se lo despachó y sin frenos en la lengua se despidió no sin antes expresar lo horrible e indescriptiblemente feo del arrocito que acababa de comerse.
Doña Emira se encargaba de vestir, sobremedidas, a las rancias e inmamables damas de Fundación, su trabajo era admirado, valorado y muy demorado.
No escapó ella ni su familia a las apreciaciones de mi madre cuando probaron el “susodicho” arroz. Antes de cuestionar a la dama que, gentilmente les colaboraba en las faenas de casa, para preguntarle: ¿cómo hizo para preparar tan incomible plato?, la señora Emira posó su mirada debajo de su Singer y al percatarse que la botella de Aceite 3 en 1 no estaba en el sitio donde el técnico justamente la había dejado la última vez, que vino a reparar su máquina de pedal, salió en bombas de fuego bajo el sol recalcitrante y picante de “Fundición” junto a don Ricardo y con sus hijos para confirmar si Doña Marta daba señales de vida.