La persecución satírico política en nuestra Guajira
Por: Hermes Francisco Daza
La persecución o perseguir es otra manera disimulada de corrupción, porque es el arte de molestar, hacer padecer o sufrir a sus semejantes; que por lo regular se acostumbra con mayor frecuencia en épocas de campañas políticas; careciendo la mayoría de las veces, de fundamento y veracidad, sobre todo si se hace en contra de los nuevos valores, ignorando si éstos poseen o no, el sentir de la vocación tremenda que la tarea del buen gobernante requiere, con la suficiente dosis de cualidades que debe tener un verdadero político de conciencia ciudadana. Por tal razón si hacemos énfasis en las enseñanzas de la Biblia, encontramos que Jesús en uno de sus pasajes nos invita a reflexionar cuando dice: “Si en alguna ocasión fueres invitado a participar del banquete de los honestos, procura no sentarse en la primera banca, no sea que allí haya uno más honrado que tu”.
Aunque parezca increíble la persecución satírica puede ser tan cruel como la inquisición española o en cualquier otro período de la historia. Lastimosamente tratar de evitarla en los pueblos, donde el ambiente político es demasiado tenso es un caso perdido, menos si se da a nivel local, regional y nacional. La interpretación denigrante e injuriosa que se le ha seguido dando a la política de conceptos no deja de ser errónea y las personas que la practican viven en un mundo irreal, porque no es otra cosa que el producto de su propia imaginación, gentes que no piensan lo que dicen ni lo que escriben, con el solo hecho de hacerle creer al más ingenuo que son ellos los que tienen la razón; lo que compromete muchas veces a personas respetuosas y humildes, tener que defenderse, por la sencilla razón que no solo ofenden al contrincante, sino que involucran a su familia y a toda una comunidad, utilizando una conducta de tipo satírico defensivo, no para resolver problemas sociales sino para ocultarlos en la adopción, que en este caso se denomina disociativa.
A mi modo de ver, pienso y entiendo que para hacer política de convicción hay que actuar con seriedad, sutileza, sensatez, tolerancia y equilibrio, para que a la vez parezcamos espontáneos y naturales, sin ofender a nadie con mentiras, hablar poco pero sustancioso, puesto que se entiende muy bien que la gente prefiere acción antes que palabras, es decir, convencer con propuestas sanas y serias de proyectos realizables.
En segundo plano están los que presencian y protagonizan el eventual suceso político, éstos se deciden a favor de un candidato o en contra de él. Los que demuestran simpatía por aquellos que son criticados injustamente, asumen las consecuencias del mal trato verbal de otros, que son ofendidos, porque los principios de la verdad condenan directamente sus prácticas.
Otros tropiezan, caen y apostatan del administrador público que una vez defendieron. Los que apostatan en tiempo de campañas políticas, lo hacen para conseguir su propio beneficio y seguridad laboral, y hasta se dedican a dar falsos testimonios con tal de justificar su infidelidad política. Por lo que el máximo juez, que en este caso es el pueblo votante, pronunciará sobre ellos, la sentencia que merecen. La alabanza y la adulación a quienes practican la falacia y la mentira agrada a sus oídos; pero la verdad no es bienvenida, no la pueden oír: porque la ambición y el egoísmo desde que Dios creó a nuestros primeros padres se arraigó en el corazón del hombre. Sin embargo, en estos pueblos por la agitación política es natural que todos busquen una dirección, un camino y respuesta a las urgentes necesidades de orden administrativo con que a diario se enfrenta nuestra comunidad.
De igual manera me refiero a todos aquellos inconformes del sector burocrático, que no resisten la prueba a que estamos sometidos los que elegimos a X o Y candidatos, si es el caso haciéndonos la promesa de apoyarlos en el curso de su administración; pero resulta y acontece que a la primera oportunidad que tengamos porque no satisfaga nuestras necesidades personales le damos la espalda, lo que nos ocurre por carecer de empatía y sentido de pertenencia, e inclusive nos marchamos con la persona que en alguna época de la historia como gobernante rechazamos.
Claro está, que esta clase de actitudes como son la falacia, la mentira y la persecución que entre otras cosas tienen su nombre propio, con tan mala suerte siguen siendo entendibles porque no son nuevas; teniendo como ejemplo la religión Cristiana. Si retrocedemos a la época de Jesús de Nazaret, encontramos pasajes como este cuando aquellos discípulos desafectos se apartaron de Él en la Sinagoga de Capernaum, un espíritu diferente se apoderó de ellos, no podía ver atractivo alguno en aquél a quien habían encontrado una vez tan interesante. Buscaron a sus enemigos porque estaban en armonía con su espíritu y obra. Interpretaron mal las palabras de Jesús, falsificaron sus declaraciones e impugnaron sus motivos. Mantuvieron su actitud recogiendo todo detalle que se pudiera volver contra Él y fue tal la indignación suscitada por estos falsos informes que cundió rápidamente la noticia de que por su propia confesión Jesús de Nazaret había dicho que Él no era el Mesías, y así la corriente del sentimiento popular se volvió contra Él en Galilea, como había sucedido el año anterior en Judea.
Aunque parezca increíble, dos mil años después en este mundo de contradicciones políticas y religiosas, muchos están haciendo todavía la misma cosa.