Opinión

Liderazgo vs caciquismo 

Por: Hermes Francisco Daza 

Cuando en la comunidad se renueva el pensamiento en consecuencia de los cambios lógicos que debe afrontar el hombre como asociado, esa renovación debe tener firmes fundamentos teóricos, que partiendo del conocimiento y de la interpretación de la historia como elementos de base, tengan el firme propósito de que tal cambio produzca como consecuencia un adelanto, un progreso, una modificación benéfica para esa comunidad, permitiendo la apertura de nuevos senderos de seguridad social por los cuales pueda transitar el ciudadano, con expectativas halagüeñas, y no con la angustiosa idea de estar siendo manipulado, explotado, o vulgarmente utilizado por una maquinaria muy superior a sus fuerzas, enemiga de sus ideales de cambio, que aprovecha sus necesidades primarias y juega con sus esperanzas de ilusiones, colocándolo en un plano de servilismo, de idiota útil, de simple instrumento para el ejercicio de la tiranía disimulada con las ofertas especiales de la demagogia, con promesas vanas, con el manejo de cuotas burocráticas que además de eternas e irrenovables suelen ser ineptas e inmorales; pero sobre todo que le hacen sentir que se juega constantemente con las angustias de su diaria subsistencia, cuyas kafkianas connotaciones le llevan a la desesperación.

Cuando nuestro país político, estuvo en la contienda electoral bajo la dirección de verdaderos caudillos, de verdaderos líderes populares, cuyo sentido social y conocimiento profundo de los problemas nacionales, hacía hervir a su interior los ideales de renovación, presentando alternativas de cambio apoyadas en programas serios, estructurados con miras a ayudar a los más desvalidos, con el firme propósito de tratar de cerrar las inmensas brechas sociales que siempre nos han caracterizado y con la esperanza de hacer del nuestro no un Estado totalitario, sino una verdadera democracia social con firmes raíces igualitarias; la nación vibraba entonces al unísono, aclamando a hombres como Enrique Olaya Herrera, Alfonso López Pumarejo o Jorge Eliécer Gaitán, cuyo deseo más ferviente era el de crear una nación poderosa, firmemente convencida de su riqueza para ponerla al servicio de sus asociados.

Con el vacío de liderazgo que dejaron tales caudillos, surgió del más negro y desafortunado período de la historia colombiana y acompañado de odio, sectarismo, violencia y codicia, el más repugnante de todos los personajes nacionales y quizá el más maquiavélico de los hombres: El cacique político.

El innoble traficante de sentimientos, de horrísonos sectarismos, de conveniencias personales, familiares y económicas, se siente plenamente realizado actuando como perseguidor de despojos, en medio de las llamas que consumen al país; el formidoloso cacique, negociante de sueños vanos y de ilusas promesas, es la más clásica representación de las palabras evangélicas de Jesús: “Lobo rapaz vestido de oveja”.

Conocedor desde luego, y como el que más, de los problemas sociales y de las necesidades más apremiantes de su pueblo, es un experto jugando a su antojo con estos elementos, que en sus manos no son más que abiertas oportunidades para ejercer la tiranía en medio de la ignorancia.

Para el cacique, la salud representa un “mal necesario” y allegado de sus “malsanos” intereses y que puede remediarse formulando cualquiera muestra gratuita de laboratorio en busca de licencia, o “encartado” con el producto que obsequia este a través de los nuevos profesionales de la medicina que le siguen en busca de una oportunidad de trabajo.

La vivienda es su cuota electoral manipulada con dos tejas y dos ladrillos, donados por uno cualquiera de sus “sacamicas” contratistas interesados en fotografiarse a su lado, mientras el pueblo espera la solución a un proceso que él alarga a su antojo según las contiendas electorales con burlones y explotadores programas de “autoconstrucción”.

La educación es a su “sabio” entender la necesidad de un lápiz y un cuaderno obsequio de cualquier editorial interesada en la aprobación de alguna ley que se promulgue para vender “textos de obligada adquisición y de corta duración para el estudiantado”.

El deporte le permite al cacique la osada empresa de iluminar una cancha de fútbol o de basquetbol, en un humilde sector, con un solo bombillo, que inaugura con bombos y platillos en diez o más ocasiones que le permiten recordar en su discurso todos los “sacrificios” a que debe someterse “trabajando” para su pueblo.

El cacique es un ser amplio y generoso con respecto al transporte, lo entrega de manera gratuita, y a todos aquellos que luchan por él y sus listas, desafortunadamente sólo el día de elecciones.

Y así podríamos enumerar todas y cada una de las “soluciones” que aquel encuentra a los diversos problemas que aquejan a la comunidad; este bienhechor parasitario nuestro, sólo parece presentar un defecto: la carencia absoluta (pobreza) de sensibilidad social.

El líder, por el contrario, se informa, estudia, investiga, analizando los problemas para presentar en su diagnóstico las causas y posibles soluciones.

Para el cacique, la política es el “arte de mandar”, mandar, sometiendo y manipulando a su pueblo. Para el líder, la política es el arte de descubrir cómo es posible dirigir al pueblo para que él mismo pueda gobernarse en beneficio de sus propios intereses, encuentre su destino y sea guiado por sus orientaciones, sin que ello quiera decir que el líder no ejerce autoridad de manera clara y concisa sobre sus liderados.

Para el cacique, de modo contrario, su más caro anhelo es que el pueblo permanezca al margen del desarrollo, porque en esa suma de carencias es donde él afinca sus esperanzas de perpetuarse en el poder y de entregarlo luego a sus “delfines” para que ellos lo usufructúen y apliquen en él sus “tesis” de grado, cuyos estudios en el exterior, ha costeado el crédulo pueblo que a su vez se sumerge cada día más en la ignorancia.

Es posible que con la nueva apertura democrática que se ha dado a partir de ¡a elección popular de los alcaldes, con el paso del tiempo, con la madurez política, cuando el pueblo sea instado tribuniciamente por los caciques de siempre, a votar por sus testaferros; siguiendo el ejemplo del líder Gaitán responda a una sola voz: ¿A votar por los mismos…?

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