Emilia Pérez
Por: Gonzalo Restrepo Sánchez
De entrada y sin cometer spoilers, diría que esta película en clave de thriller-musical-drama posee una narrativa disruptiva que invita a observar a una realidad desde una mirada de volver a empezar la vida. Pero, vayamos por parte con esta producción mexicofrancesa, dirigida por el veterano director de cine Jacques Audiard.
Si bien, se cuenta la historia de Rita (Zoe Zaldaña en uno de sus mejores papeles en el cine, si no el mejor) una abogada que un buen día recibe una oferta extraña y muy imprevista; es sobre Karla Sofía Gascón (la primera mujer trans en obtener el premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes 2024 ex aequo con el resto del reparto femenino) la que conquista la pantalla como el mayor de los hallazgos, precisamente ante su papel de Emilia Pérez.
Toda la cinta de “Emilia Pérez” es una fabulación del feminismo inclusivo y muy trans. En su fuerza y simplicidad perfectamente consecuente de sí, lo que plantea también es que quien “cambia su cuerpo, debe transformar el alma”. De todas formas, Sus inquietudes, su avidez, sus ambiciones de control persisten en su nueva identidad, y eso es lo que le proporciona esa profundidad como una contrapuesta heroína (melodramática). Y mediante un extraordinario giro de guion que nos sitúa en la trama; Emilia, sin embargo, termina despedazándose, y con solícito desconcierto, De repente, la pregunta es: ¿todo ocurre cómo tiene que ocurrir?
Aunque el filme abarca otras lecturas, respondería que, con la ética contemporánea, quizá, vivimos por primera vez esa importancia que el cambio de identidad ha adquirido. Ante una experiencia de toda una metamorfosis y que solicita un juicio ético-estético de cualquier ser humano. Tampoco podemos obviar que hay experiencias que a la larga no nos incumbe, pero Emilia y sus inquietudes, esa avidez y sus pretensiones de control continúan en su nueva identidad, y eso es lo que le da una profunda reflexión a esta contrapuesta heroína dramática.
No se trata entonces de tensionar las cuerdas de la intriga o introducirse en las pesadillas existenciales, todo vuelve a un punto de origen —que no es otro que la imagen de una incertidumbre—. Ese que despierta la muerte detrás de unos peñascos. En el fondo, mejor así, un viaje de irresolución incesante a ritmo de una música (la de Clément Ducol, Camille) que permite modular su espíritu para seguir el análisis de nuestras miserias y expresado en algunas escenas de la película.
En cualquier caso, el director francés Audiard ha captado lo más espinoso: armonizar su originalidad formal sin caer en demasía en lo inteligible. Por lo demás, pues invitar a ver la cinta y sacar las propias conclusiones.