Opinión

Crónica de una muerte anunciada “El Cuento de Pepe”

Por: Pedro Norberto Castro Araujo

Frente a la residencia de Ana Clara Castro, ubicada en la calle Santo Domingo, hace 80 años fue asesinado mi abuelo paterno Guillermo Castro, en cercanías de la plaza Mayor de Valledupar, murió a consecuencia de la ira de un esquizofrénico.
En su libro Crónica de una muerte anunciada, Gabriel García Márquez, tomó elementos del realismo mágico de nuestra idiosincrasia macondiana para narrar el triste desenlace de la muerte de Santiago Nassar, de 21 años a manos de los hermanos Vicario.
Bayardo San Román, hombre adinerado, había llegado al pueblo en busca de una esposa, muy rápidamente se ganó la simpatía de los lugareños, entre ellos se contaba la familia Vicario que, dada su precaria situación económica, no dudó en arreglar el matrimonio entre este y la joven Ángela Vicario, pese a la negativa de la joven de casarse sin amor. En la noche de bodas, Bayardo San Román descubrió que su doncella no era virgen. Sintiéndose deshonrado, le propinó una paliza y la devolvió a casa de sus padres en plena madrugada. Cuando los gemelos Pedro y Pablo le preguntaron a su hermana Ángela quien había sido el responsable de deshonrarla, esta acusó a Santiago Nassar. Estos iracundos, endemoniados de locura de esquizofrénicos, cegados por la ira y para salvaguardar la honra de su hermana, decidieron asesinarlo de inmediato.
En épocas del viejo Valledupar, Guillermo Castro Trespalacios; era el representante de una clase noble, oligarca, adinerada y altruista, al igual que la familia del doctor Ciro Pupo Martínez, dado los esfuerzos académicos de ambos de educarse en los principales planteles educativos de Colombia y el mundo. Por su posición económica y poseedor de una gran fortuna invertida en inmuebles rurales y vacunos Óscar Pupo Martínez, representante de la Federación Nacional de Cafeteros en la zona, hacía parte de los tres hombres más importantes de la comarca del Valle del Cacique Upar.
Casimiro Mestre Castro, hijo de Vicente Mestre y Adela Castro Baute, primo hermano y compadre de mi abuelo, fijó entre ceja y ceja la idea criminal de asesinar a uno de los tres personajes de mayor importancia de la ciudad. Anunció su muerte, no solo la premeditó, sino que lo divulgó abiertamente en varias oportunidades. Nadie le creía. Sostenía que al primero de ellos que pasara por su puerta, ubicada en la casa de los tamarindos, pequeña miscelánea de la cual era propietario, lo mataría. El infortunio fue para la familia Castro; un 3 de abril de 1946 ocurrió el fatal desenlace y la muerte del principal jerarca de una familia, que ocho décadas después, se encuentra de duelo.
Con nuestra dolorosa experiencia encontramos en Valledupar esquizofrénicos todos los días carcomidos por la envidia, la imprudencia, la intolerancia, el egoísmo, el egocentrismo y las ganas de apropiarse de lo ajeno que con el ánimo de aumentar sus riquezas son capaces de atropellar al más desvalido de la sociedad. Familias con foráneo abolengo, ínfulas de dinero y con aparente emprendimiento como empresarios, tratan de corromper con dineros mal olientes a la justicia y a periodistas que se venden al mejor postor para publicar noticias sobre hechos mal infundados tratando de pisotear al prójimo. Hoy el demonio se apodera de esos seres, de quienes con su mente retorcida obedecida a un trastorno psiquiátrico, acompañado de sus ganas de poder, envenenados por la maldad y muchas veces enceguecidos por el consumo excesivo de narcóticos como la cocaina o marihuana, se les mete entre ceja y ceja en su cerebro enfermo y desequilibrado, las ganas de asesinar o causar daño a otro.

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