Opinión

Falaz recogimiento

Escribe / Patricia Berdejo

Ilustra   / Allan Mcdonald

Una vez culminada esta semana de  parafernalia disfrazada de espiritualidad y recogimiento, observando las innumerables representaciones y escenas que recrean o reviven la Crucifixión, la Resurrección, el Urbi et Orbi y demás rituales de rigor, es lugar y tiempo para que muchos de los feligreses, adeptos y rezanderos de camándula reconsideren en torno a un compendio de tradiciones que deterioran la verdadera esencia de lo que debe ser fecundo y más relevante para el espíritu. Es inminente que las dificultades del día a día, el vacío psicoafectivo, la violencia, la extinción de los valores y la fuga de la virtud, los conlleve a esa desbordada emoción, que, sin asomo alguno de un acto de introspección ni pensamiento crítico, los deslinde de la ética racional, para direccionarlos hacia estériles y convencionales códigos y simbolismos, que, de ninguna manera, implican un ejercicio transformador ni mucho menos liberador ni redentor. 

El fustigamiento y la culpabilidad, como fundamentos del dogma o la doctrina que abrazan los practicantes, no data de ahora, sino que se arrastra como un mantra que proviene del concepto equívoco de la deuda que con onerosos réditos e intereses, no se saldará ni en el Nicho Eterno. 

El legado de las Santas Escrituras, suceptible a disímiles interpretaciones, asume el autoflagelo, las penitencias, las ofrendas, los sacrificios y las abstinencias, como base de un precepto que empaña al fiel creyente, lo aliena y lo aniquila por demás. Termina no sólo por socavarlo sino que lo mancilla y vulnera de manera tal, que lo sume en un naufragio tan aciago, que lo ensordece y ciega para vislumbrar horizontes de vida que realmente lo sitúen en conexión armónica con las grandezas de un universo construido de “materia viva” y no en un desquiciado esclavo y autómata seguidor de una figura de arcilla, mármol o cemento.

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