Perdidos en el corazón de Macondo
Por:Eduardo Pertuz
Después de la exitosa conferencia del ensayista italiano Nuccio Ordine, en la ciudad de Cartagena de Indias, la consigna era llevarlo a Prado Sevilla y a Aracataca. Partimos muy temprano, hicimos estación en la hermosa plaza de Ciénaga (Magdalena), donde un espontáneo guía nos acompañó a visitar los más emblemáticos lugares, son tantos los atractivos que, estoy seguro que he de regresar muy pronto a este municipio lleno de historias, leyendas y mucho folclor.
Todo marchaba como debía, era antes del mediodía, nos acompañaba buen tiempo. Llegando a la troncal, un enorme trancón de varios kilómetros nos sorprendió, era un bloqueo en la Gran Vía por algunas protestas y sería levantado a las 6:00 p.m. Como el propósito era llevar a Nuccio hasta Aracataca; teníamos tres opciones: detenernos ahí y esperar unas siete horas, irnos a Santa Marta, sin llegar al anhelado destino o avanzar y retar cualquier obstáculo. Seguro de que Nuccio es un calabrés tenaz, intrépido y de desafíos, avanzamos decididos. Por fortuna, pocos carros venían de regreso; una Toyota TXL se abrió de la fila interminable, y yo la seguí. Así pudimos avanzar varios kilómetros, cedíamos paso a los vehículos que regresaban, hasta que la Toyota logró un espacio en la fila y continué solo avanzando. Una moto Tuc Tuc nos hace señas de que lo sigamos y mucho más adelante, nos metimos en un lugar que tenían los mototaxistas entre dos tractomulas, para entrar a las Trochas en las Bananeras. Al enterarse que íbamos para Prado Sevilla, un joven se ofreció a servirnos de guía. Lo seguimos en su moto hasta el puente del ferrocarril. De ahí en adelante nos adentramos en esas trochas que parecían interminables, miles y miles de hectáreas sembradas de bananos. Cuando llegamos al puente… ¡Madre Santa! había que atravesar un río, gente ayudando a que los carros cruzaran y no permanecieran varados dentro del río, muchos voluntarios con cuerdas y palas contribuyendo en la faena. La ventaja de desplazarnos en un vehículo todoterreno es que puedes superar más fácil estos obstáculos, el solo salir del río implicaba una subida enlodada y escarpada. Nuccio y mi familia me miraban desconcertados como diciendo, ¡aja! ¿y ahora qué hacemos? .
Con avidez y sin titubeos activé el sistema de tracción especial 4×4 Lodo/Surco de la Ford Bronco, que nunca me ha fallado en estos recorridos y logramos atravesar el río con el agua casi hasta la mitad del carro, para luego subir la loma empantanada sin reparos; como buenos pasajeros colombo-italianos no articulamos palabra, sino que gritábamos de alegría por la hazaña. Se escuchaban palabrotas en ambos idiomas, ¡nojodaaa! …era la más suave.
Curiosamente, mientras hacíamos la travesía, pasó un tren de carga con un ruido tan fuerte, que retumbaba en la cañada. Allí nos abandonó el joven guía. Continuamos camino por cuenta propia y llegamos a Prado Sevilla, famoso y hermoso sitio donde funcionó la sede administrativa de la United Fruit Company. Hoy sus casas son ocupadas por descendientes de algunos de sus trabajadores, conservan enseres de casi 100 años de antigüedad. Cálidos y amables nos recibieron. Una de las frutas preferidas del escritor Nuccio Ordine, es el mango, dice que en Italia son insípidos y que aquí si tienen sabor; casualmente había como cinco mil mangos en el suelo que los recopilaban para venderlos a una empresa procesadora de jugos. Nos dieron vía libre para tomar cuantos se nos antojasen. Comimos hasta saciarnos, había de todas las variedades; mango de puerco, manzano, de azúcar, de chancleta, número once, filipino, mango tommy, de fleco, etc. Si para mí era extraño ver una pila enorme de mangos y comerlos sin pena, para un extranjero también y más si se trata de su fruta favorita.
Nos sugirieron que visitáramos la finca Macondo, que existe desde los tiempos de la United Fruit Company, a principios de siglo XX. Cuentan que Gabo se inspiró en el nombre de esta hacienda para nombrar a Macondo, el pueblo que fue la musa para escribir su célebre novela ” Cien Años de Soledad”. Llegar a la finca Macondo, con su vereda de igual nombre, no fue complicado, difícil fue salir del corazón de las Bananeras de Macondo ya que no encontrábamos la salida a la vía principal o troncal para llegar a Aracataca.
Llegamos a un caserío y en la esquina encontramos a cinco hombres jugando dominó, cuando preguntamos cuál era la ruta de la salida, todos señalaron un punto cardinal distinto, discutían entre ellos sin uno saber quién era el dueño de la razón, al notar que no había acuerdo entre ellos tuve que intervenir, ¡señores! dejen de discutir por favor y oriéntenme. Sin perder su amabilidad y luego de un duro consenso al mejor estilo de nuestro “Congreso de la República”, nos dieron unas indicaciones tan diversas, que bien podríamos recordarlos como los “Reyes de la desinformación”.
Estuvimos desorientados, las bananeras están llenas de interminables trochas donde transitan camiones cargados de bananos, el tiempo apremiaba y tuve que acelerar la camioneta al estilo Rally París Dakar, dejando una estela de polvo sobre la vía, por la velocidad no percibíamos huecos ni baches, el sistema de amortiguación Off Road de la Bronco se activó, volvimos a pasar por los mismos sitios, encontramos por fortuna a un campesino en su bicicleta, curioso personaje que mientras nos orientaba no dejada de emitir silbidos para acompañar su explicación, simulaba a un pajarito, palabras-silbidos silbidos- palabras, muy simpático este campesino con su peculiar modo de expresarse.
Al final, salimos a la troncal, sobrepasando el monumental trancón, una vez más, la tranquilidad de la carretera pavimentada camino a Aracataca. Entrar a las trochas de las Bananeras con el carro limpio y salir luego con el carro lleno de lodo y polvo, con vestigios de mango hasta en las orejas, encontrar personajes como sacados de un cuento, pasar el río, habernos perdido en el corazón de Macondo, nos hizo sentir que ya no éramos los mismos, ahora somos más felices y tenemos otras anécdotas y aventuras para contar.
_“Ninguna aventura de la imaginación tiene más valor literario que el más insignificante episodio de la vida cotidiana”_. Gabriel García Márquez.