El caporal de los Playones
“El cuento de Pedro”
Por: Pedro Norberto Castro Araujo
Sin pretender presumir, he tenido la fortuna de pertenecer a una de las familias más ilustres de Colombia, desde hace más de dos siglos. “Los Castro”representamos pureza y jerarquía de una raza de gente noble, consolidada en el tiempo por su bondad y grandeza. Somos emprendedores, forjadores de empresas; como hombres de trabajo hemos contribuido al desarrollo económico y político de la región.
Traté muy de cerca a Luis Carlos Castro, ser de condiciones inigualables, familiar e inquieto, le sobró tiempo para idear proyectos, era sencillo y cordial, polifacético y líder, amigo de sus amigos, era cordial, bonachón y desprevenido; así somos los Castro.
Hijo de tigre generalmente debe salir pintao, este a mi juicio es el que más se parecía a su papá Urbanito. por ello en una jerga entre amigos me atreví a colocarle el remoquete de “Él Caporal” En mis viajes de campaña por La Guajira, Magdalena y Cesar, conversábamos mucho, hablábamos de estrategia política, negocios, proyectos sociales, economía y lógico, de nuestra familia.
Con picaresca melodía el maestro Rafael Escalona, sabiamente describió en su canción “El Playonero” a un hombre de trabajo, de estampa fina, pero curtido por el sol, quien no apaciguaba el ánimo cuando había que sacar la casta en el trabajo:
“Yo soy el que sé enlazar ombe a los novillos, ombe a los novillos cimarrones que salen de la montaña a dormir en los playones”.
Allá en “El Caribe”, la hacienda de Pepe Castro, mi primo Urbano forjó su temperamento como hombre en la universidad de la vida, ganò su patrimonio a pulso, tesón heredado de esta casta, no nos arrugamos en el trabajo, somos hombres honestos y de empuje; nunca nos amilanamos, siempre echamos para adelante.
Urbanito Castro pobló inhóspitas tierras, ubicadas en las orillas del río Cesar, en las periferias del Sinaí, la hacienda del doctor Pupo, montañas virgenes pobladas de árboles de pereguetanos, campanos, guásimos, guayacanes, caracolies, puy y carretos, civilizando tierra a pulso y a hacha, sacando adelante una numerosa y próspera familia conformada por 32 retoños, hoy hombres y mujeres de bien, de quienes no encontramos una sola tacha. En muchas ocasiones sin tapujo, el primo Urbano reunía a toda su prole en el Caribe para gozar de su cariño y las travesuras de estos.
Luis Carlos no le perdió pinta; por lo menos así lo demostró, de cualquier matojo sacaba una coneja, en las incansables y fatigantes correrías políticas sacaba tiempo para el placer, tenia expandido el sentimiento por todas partes, hasta en los territorios más lejanos había anclado su barco, en todas partes dejó huellas, recuerdos de amores furtivos que nunca se fueron, perennemente permanecieron allí, no importaba la lejanía siempre que salía con su lazo las encontraba ilusionadas.
De cada rincón del departamento siempre se traía la huella de aquel amor pintada en el corazón, la misma que la del toro cuando pisa en el playòn, deja la huella en el lodo en forma de corazón.
“Yo soy Urbanito Castro, ombe el caporal, ombe el caporal de los playones, porque cuando tiro el lazo ningún toro se me esconde” : Compositor: Rafael Escalona Martínez .