Memorias de un hijueputa
Por: Patricia Berdejo
Con la franqueza que me confiere mi escepticismo religioso, mi naturaleza heterodoxa y un mar de dubitaciones en torno a las leyes burdas y absurdas en este universo y su paroxismo lesivo, alzo mi voz para exaltar hoy, aquí y allá, la excelsa pluma de Fernando Vallejo en su soberbia y colosal obra: “Memorias de un hijueputa”.
Desde las figuras literarias más inusuales, recurriendo al latín, apoyándose magistralmente en los pensamientos que legaron sabios y filósofos, en peripatéticos paseos, enunciando personajes mitológicos y otros recursos del arte y la literatura universal, este “monstruo” de la hipérbole y severo juez de lo imputable, nos deleita con un descarnado relato que supera lo que la sociedad y los actores políticos de turno pretenden silenciar y ocultar, pese a la contundente evidencia de los siniestros episodios que jamás acallará el mutismo de los gobernantes ni la complicidad de ningún clero, dogma o deidad.
Un texto que se sugiere como un «reto» para aquellos que en su férrea convicción no conciban el universo sin el precepto de las creencias. Para los que, desde su precaria percepción de preservar las vetustas formas de la sociedad y el mundo político con sus estructuras anacrónicas y decadentes, vislumbren desde las acusaciones de este autor, otra perspectiva, desde la fuerza sinigual de su narrativa, el látigo implacable hecho prosa en su palabra revelada, su lenguaje procaz, rudo y fustigador, consecuencia de su mente portentosa, sagaz y exquisitamente prodigiosa.