Los Barrancones
“El cuento de Pedro”
Por: Pedro Norberto Castro Araujo
Andrés Becerra Morón, primogénito de don Pacho Becerra y Rosa Moròn Canales, fue un hombre dicharachero, jocoso y chusco, por naturaleza propia gozaba de la simpatía del pueblo, amigo de Escalona, del viejo Emiliano, de la vieja Sara, de Toño Salas, de Colacho, Alfonso Murgas, Pepe Castro, José Bolivar, Poncho Cotes, Santos Carrascal, Beltrán Orozco, Miguel Canales y de muchos contertulios y amantes de aquellas parrandas inolvidables que fueron ícono del folclor e inspiración de muchas canciones, anécdotas y cuentos provincianos; ello inspiraba a que siempre fuera convidado a participar de tertulias y eventos folclóricos donde se homenajeaba al ser, en el afecto y la amistad.
Andrés era amiguero y folclorista fue la antítesis en su familia. En el carácter fue polo opuesto de sus hermanos Armando y Paulina Becerra Moròn, el primero sacerdote formado espiritualmente en el seminario de los curas Jesuitas y la segunda, connotada religiosa quien desde muy joven creció y se formó al lado de las hermanas Tercianas Capuchinas.
Al morir su padre, Andrés fue el encargado de administrar el patrimonio familiar entre ellos la finca “Los Barrancones” ubicada en el municipio del espíritu Santo, con el pasar del tiempo la misma fue vendida al señor Conce Pérez, por su cercanía con San Diego; este ofertó una gruesa suma de dinero por la totalidad del globo de terreno.
En la compra intervinieron muchos consejeros y amigos, ello permitió que en el negocio se pactara una condición: el día de la entrega se realizaría el pago y el vendedor debía ofrecer una fiesta el mismo día para brindar por el próspero negocio, para el día acordado fue invitada la alta sociedad de los municipios Codazzi, San Diego, La Paz, Villanueva y Valledupar, igual se contó con la presencia de autoridades militares, de policia y eclesiásticas.
El nuevo propietario ordenó sacrificar varias novillas de su cría para brindarlas a todos los asistentes y se contó con la animación de la banda de los hermanos Calderón de La Paz.
Era la época donde las parrandas eran amenas allí se contaban anécdotas, se recitaban poesías y se echaban chistes , se le cantaba a la vida y al amor, se conversaba y se hacían relatos de los personajes sobresalientes de la región, de aquellos que dejaron huella en su paso por la vida e inmortalizados en el recuerdo de muchos por sus buenos actos y obras.
Leandro Díaz con su guacharaca también animaba la fiesta, contaba con el acompañamiento de el trio de Hugo Araujo, Antonio Brahim y Juan Calderòn, quienes animaban el evento trayendo a los presentes aquellos clásicos vallenatos interpretados magistralmente por el ciego de oro y acompañados con mucha sabrosura al ritmo de guitarras. En un descanso musical de la agrupación, Leandro le dijo al oído a Andrés Becerra que lo llevara al baño que tenía ganas de orinar, Andrés lo tomó por el brazo y haciendo señas de silencio lo caminó en círculos por toda la parranda, calculó un prudencial trayecto y lo paró en medio de la ronda de hombres y le dijo: “sácatelo, orina aquí debajo de este higuito”, Leandro confiado se bajó la bragueta y realizó lo pertinente, al sacudírselo fue sorprendido por la risa y carcajadas de los presentes, quienes alzaban sus copas erguidos de emoción por las ocurrencias de Becerra.
Andrés en su constante jocosidad, ya pasado de copas, y con el cheque de la venta guardado en el bolsillos izquierdo de su guayabera, tomó el uso de la palabra y en voz alta le dijo a los presentes: “Conce vay a tene finca pa’ toda la vida” acabas de comprar la peor tierra del mundo, estos charrasqueros no los quiere nadie, eso allá atrás es pura piedra, cascajo y sarza, en esta zona nunca llueve y el pasto no crece, aquí es donde se encuentra una boquidorá y una mapaná bien criá, yo estaba era aburrido de tanta muerte de ganado por mordedura de culebra, no hay jagüey que no se seque en verano, aquí solo hay un pedacito bueno donde me he aburrido de sembrar maíz, todos los años he perdido plata, más demora en “gechá” la mazorca que caerle al cultivo una maquera y una cotorrera que acaba con el.