Remembranzas con los Boys Scouts
Por: Patricia Berdejo
Formidable encuentro hacia el año de 1999, con el movimiento Scouts. Una tarde cualquiera, con mi hijo preadolescente, en el Parque José Martí (en Barranquilla), tuvimos la dicha de conocer al Grupo Camelot al que nos integramos de inmediato. Vincularme como colaboradora y voluntaria a esta comunidad desconocida y guiada por miembros de una misma familia es de lo más extraordinario que me ha ocurrido quizá. Entregados a esta encomiable labor, sin exigencias de dinero ni de costosos equipos ni aparejos para campamentos, nos topamos con unos guías proactivos y con gran capacidad de liderazgo.
El escultismo, nacido en Inglaterra a principios del siglo XX, como estrategia para combatir la delincuencia y crear mecanismos para defenderse de los atropellos de las guerras, se basa en un código de valores que se fusiona con destrezas y maniobras exploradoras para sobrevivir en cualquier circunstancia o eventualidad, con pocos elementos y afrontando la naturaleza con arrojo, mediante conocimientos y habilidades. Con la voluntad como estandarte, gran espírirtu de colaboración, coraje, decisión y con sencillo uniforme y un bordón o bastón en la mano para despejar caminos, afrontar peligros y espantar animales, estos combatientes han de estar “siempre listos,” mental y corporalmente, para hacerle frente a cualquier calamidad o afrenta; preparados a toda hora para cumplir el deber y fomentar la paz y la armonía ante cualquier condición.
El mundo del escultismo, creado en 1907, abarca una historia extensa, un sinnúmero de aventuras, batallas, leyendas, victorias, derrotas, exploraciones y excursiones a campo abierto que han permitido a los jóvenes, en formación, forjar un sentido de cooperación, sensibilidad por la naturaleza, independencia, toma inmediata de decisiones, mediante la realización de actividades a la intemperie, desenvolviéndose desde la austeridad y la escasez, sobreviviendo con lo mínimo e implementando la creatividad y el sentido natural ante escenarios hostiles o situaciones adversas.
Con la Flor de lis, como insignia de su promesa, con su peculiar saludo con la mano izquierda (por el hemisferio que ocupa el corazón) y agrupados acorde al rango de edad en: manada de lobatos, tropa scout, comunidad de caminantes y clan rover, dan cuenta estos valientes, de un organigrama bien estructurado al cual ascienden por méritos, cumplimiento de logros y metas conquistadas.
Sus peculiares nudos y amarres, creados inicialmente para sostener la pañoleta que distingue su vestuario, se convirtieron en un gran aporte por su útil practicidad. Su presencia en terrenos y sitios al aire libre, les exige acudir ligeros de equipaje pero pródigos en entrenamientos, constituyéndose en un reto que, en medio de un paraje austero, les proporciona invaluables experiencias y desafíos que les permite concebir el mundo más allá de las comodidades que ofrece el confort de la vida citadina. La disciplina, como base fundamental en sus ejercicios de adiestramiento, la capacidad para descifrar señales y claves, el desarrollo de la comunicación y el lenguaje no verbal, sus nociones en primeros auxilios y atención de emergencias y desastres, forman parte de sus competencias integrales. Pertenecer a un grupo de Scouts que cumpla debidamente con los planteamientos que hace Robert Baden Powell, en su libro “Roverismo hacia el éxito” y todo su invaluable legado de enseñanzas, se convierte hoy en un adecuado y saludable espacio de esparcimiento para niños y adolescentes en estos tiempos de intolerancia y deterioro de los valores. Los boys scouts o chicos exploradores son seres comprometidos con su entorno social, centinelas del medio ambiente y dueños de una inconmesurable vocación de servicios comunitarios, respetuosos, altruistas, generosos y prestos a enfrentar cualquier episodio con estoicismo y entereza.