Frente al espejo (Dibujos. Retazos. Café)
“Somos nuestra memoria,
somos ese quimérico museo
de formas inconstantes,
ese montón de espejos rotos”.
Jorge Luis Borges
Por: Giancarlo Calderón
Pararse frente al espejo puede ser tanto un gesto rutinario y automático y superficial, hasta una experiencia existencial: a veces aterradora, a veces deslumbrante, en todo caso reveladora. Puede ser, también, un ejercicio creativo y espiritual. Se dice que el que observa sin juzgar -a sí mismo, a los otros- se acerca al terreno de la sabiduría. Ver, sólo eso. Descubrir, entonces, que todos somos espejos de todos; que de alguna manera todos somos los mismos. Distintos cada uno, pero los mismos. Ver al otro, con detenimiento y curiosidad, es verse a sí mismo: es estar frente al espejo. Pintar al otro es pintarse a sí mismo.
Al mirar este trabajo – este abanico de espejos diversos -, al apreciar cada uno de estos dibujos, muchos recortados y convertidos en retratos singulares, se reivindica otra idea paradójica: no existe en el mundo nada más serio que un niño jugando. “Se necesitan muchos años para volverse joven”, dijo en una de sus audaces frases Pablo Picasso. Aludía, por supuesto, a la posibilidad real de ser libre. En el arte se es libre cuando se mira y se crea sin reparos ni prejuicios. Libre: como los niños jugando.
Pues este es un trabajo serio. Hecho con una enorme dignidad y un gran respeto por el oficio creativo: dibujar, borrar, armar, desarmar, recortar, pegar. Y hecho, además, con un esmero y un ¿cariño? Sí: es un trabajo repleto de cariño; de aprecio por lo minucioso, por la construcción laboriosa y paciente.
Con base en el trabajo manual, retomando técnicas del collage, el artista busca armonía en lo imperfecto, en lo deforme, creando una especie de caos ordenado: un nuevo orden. En una suerte de rompecabezas inexacto, con dibujos fragmentados en dos o más partes, y a veces acompañados con papeles de colores o retazos de viejos libros escolares, o servilletas del café frecuentado, fue formando, en distintos días de distintos meses, estas pequeñas obras invertidas, quebradas, asimétricas, y a la vez justas y equilibradas.
Un artista, además de un eterno niño, suele ser un cazador: observa, merodea, está atento, con tranquilidad, hasta que aparezca entre la hojarasca un brillo. Éste, a veces, aparecía en los cafés, en la conversación callada con desconocidos; o en el taller, o en cualquier noche de tertulia. También en la charla afectiva con los recuerdos y las remembranzas: modestos homenajes a sus padres, a sus amigos, a algunos colegas. Todos son ahora los espejos rotos que componen este valioso trabajo artístico.
Para cerrar: ¿Para qué sirve todo esto? ¿Para qué sirve el arte? ¿Para qué sirve, por ejemplo, este libro? La respuesta, en términos prácticos, puede ser demoledora: para nada.
Ante el probable limbo que deja esa respuesta, citemos otra vez al autor del epígrafe de este texto. Cuentan que alguna vez le hicieron una pregunta, tal vez con la intención velada de desaprobación: “¿Para qué sirve la poesía?” Y él Respondió, con su humor serísimo, con más preguntas: “¿Para qué sirve un amanecer? ¿Para qué sirven las caricias? ¿Para qué sirve el olor del café? ¿Para qué sirve?”
¿Para qué sirven estos espejos rotos de este trabajo esmerado? Pues para nada, y también para todo.
*Este texto es la presentación del libro ‘Frente al espejo’, de José Luis Molina. Lanzamiento: viernes 11 de agosto (2023). Hora: 6 p.m. Lugar: Auditorio principal de la Biblioteca Rafael Carrillo Lúquez. Valledupar, Cesar.