Napoleón
Por: Gonzalo Restrepo Sánchez
En esta reciente película de Ridley Scott (“Gladiador”) de entrada se podría escribir que recrea los momentos épicos que marcaron la vida del emperador, sus dudas e incertidumbres como simple mortal, y su infinito amor por su esposa Josefina (interpretada por Vanessa Kirby con excelencia). No obstante, el filme del director de “Los duelistas” (basado en la novela de Conrad), parece exponer en su discurso audiovisual una leyenda alrededor de la frustración de los ideales de la Revolución Francesa. En este sentido es una película correctamente política, pero siento que le faltó muy poco, pero muy poco para ser una obra maestra; y no encuentro ese “obstáculo”.
Lo interesante de analizar en “Napoleón” es el tono desmitificador sobre el protagonista (encarnado por el actor Joaquin Phoenix), y probablemente su mayor virtud es que nos hace revaluar cualquier expectación que uno tenga sobre la vida del personaje de marras. Para Scott, siempre en su filmografía, las historias y por ende los matices de la ficción; se cubren con la ferocidad, el miedo y el aislamiento. Se deduce en consecuencia, que su retrato sobre Napoleón no es el del simple emperador y político.
Perfectamente ambientada y volviendo sobre el discurso de los ideales de Napoleón, el cineasta sin gula alguna, ofrece luminosidad. Tal vez, sea más inteligible para alguien que se acerque por primera vez a este personaje, el siguiente dictamen sobre ello, y es cuando Weber dedica algún espacio en los «Ensayos» a explicarnos que el término nunca debe entenderse como positivo, deseable, perseguible, ejemplar, sino como abstracto, puro, lógico, utópico. Weber (1982) afirma: «(…) tiene el significado de un concepto límite puramente ideal, respecto del cual la realidad es medida y comparada a fin de esclarecer determinados elementos significativos de su contenido empírico» (pp.82).
Cuando en Tolón, Napoleón libra la primera batalla que erige su futuro imperio, en esos primeros compases, la cinta se refiere a todos los personajes a su alrededor que revelan algún cargo de autoridad como incapaces e ineptos, dejando bien claro que no estamos ante un “biopic” convencional. A la postre, estamos ante la egolatría del poderoso y el ímpetu del testarudo en el campo de batalla.
En asuntos estrictamente cinematográficos, en el guion de David Scarpa (“Todo el dinero del mundo”) la historia se desarrolla sobre las voces en off de Napoleón y su esposa Josefina —leyendo las cartas que se envían—. Ambos, al margen de relacionarse sobre los afectos, pareciese que el poder los fortalece. Es imposible decidir a priori si se trata de un puro juego conceptual en sus respectivas mezquindades.
El talento de Scott reside en instalar esas infantas miserias en ese gran teatro político —y militar—, para ordenar el infortunio personal de Napoleón con sus ambiciones de conquista. Sobre las batallas observadas en el filme, están cinematográfica y magistralmente rodadas; en especial la batalla de Waterloo, donde Scott emplaza la cámara con maestría.
Ridley Scott, posee la maestría de un cineasta que hace viable lo difícil. Además, Napoleón adquiere toda su dimensión cuando Scott proporciona ponderación entre las conquistas militares de Napoleón y por otro lado sus desengaños ante Josefina, para ofrecer la imagen principal de dos fisgones en un mundo que —en hipótesis— no les concierne.
Referencia:
WEBER, M. (1982), Ensayos sobre metodología sociológica, Buenos Aires, Amorrortu Editores