Arte y cultura Opinión

Camina o muere

Stephen King (bajo su seudónimo, Richard Bachman) escribió “La larga Marcha”, una historia sobre un grupo de chicos —igualmente designados por sorteo— que participan en un torneo anual para superarse unos a otros hasta la muerte, donde hay un ganador y no hay final. King no se planteó escribir un thriller político, pero al estar al tanto sobre las permanentes noticias de ese derramamiento de sangre que encerraba las vidas de aquellos jóvenes estadounidenses en Vietnam, muchos temas se le manifestaron de todos modos, y de ahí la idea de esta historia, hoy una película.

Pero dos cosas a señalar, primero, que estamos en un universo distópico. Ese cine distópico nos habla de sociedades más o menos convencionales donde todo se ha ido al diablo: la cima de los regímenes totalitarios, la exaltación religiosa, la violencia o el colapso social, entre otros elementos. Así que los personajes que este mundo habita serán mártires de esta anarquía o si prefiere sus finales.

En la actualidad, la distopía es un género repetido del cine y la televisión con paradigmas como “Minority Report” de Steven Spielberg (2002) o “Black Mirror”, por citar dos títulos que vienen a mi memoria entre muchos otros y que han recogido un gran éxito. Todas estas leyendas inscritas en el celuloide son un buen partido para descubrir las dificultades que nos sobrevienen, y un buen inicio para combatirlas.

Por tanto, “Camina o muere” no es una obra que da vueltas sobre un tiovivo de la desesperanza (aunque parezca), mientras lo observado de sus imágenes son devoradas por unas situaciones algo grises que se pegan en los cuerpos de unos chicos privados de expresividad en las miradas. La película está edificada sobre el dorso maltratado y agotado de un aislamiento patológico que pretende por momentos abrir sus turbaciones posiblemente a otras soledades patológicas a través de caminar “hacia ninguna parte” a la larga.

Si existe alguna gestualidad distante de cada interlocutor, sumado a la ausencia de vida feliz, convierte cada uno de los intentos de los chicos caminando (y caminando) el no poder socializar en algún quiebre, ideas que no agujereen su ya de por sí reducida esperanza en un callejón sin salida (y que a la larga eso es la vida: no way out).

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