ambúa
“El Cuento de Pedro”
Por: Pedro Norberto Castro Araujo
Tin Montero Castro fue un hombre apuesto, trigueño, de ojos verdes, delgado, de suave andar, nacido y criado dentro del marco social de la Plaza mayor; por ello desde niño se codeó con la escasa sociedad y clase importante de la ciudad que desde el siglo pasado habitó allí.
Su bondad e idiosincrasia le permitían a este hombre saltarse constantemente los cercados y merodear en patios de la gente humilde del viejo Valledupar donde la muchedumbre abundaba descalza y desprevenida, donde la bulla era fiesta y los animales de patio eran criados a sus anchas por las calles y potreros aledaños al lugar.
En el barrio era fácil ver “jociquiar” en las esquinas a los cerdos en busca de su alimento, las gallinas picoteando encima de los mesones, espantadas a escobazos por dueños y vecinos en aras de ahuyentarlas para evitar devorar los alimentos allí servidos, era notorio ver a perros ladrar y aullar ante la presencia de extraños.
Tin se codeaba con la sociedad y sin asco con el pueblo. Era fácil encontrarlo en el café “La Bolsa” o en el club Valledupar, en el marco de la plaza o en la Garita, en el Cerezo, Las Tablitas o en cualquier barrio de estirpe popular.
Creció en un ambiente pastoril, la base económica de su familia fue la ganadería y la agricultura por ello ese ambiente no le disgustaba, su pasión por la mecánica le indujo a comprar una volqueta que utilizaba para transportar materiales de construcción, oficio que realizaba cuando su primo Pepe Castro lo contrataba para realizar varios viajes de arena desde el río Diluvio hasta donde estaba levantada la casaquinta de su finca Santa Rosa.
Tin quien siempre se hacía acompañar, en aquella ocasión cargaba de acompañante a Rodolfo Galindo, quien entendía mucho de mecánica, y a quien requirió en el mismo instante que se le soltó el eje de mando del pesado camión cuando pretendía sacarlo a la orilla, cargado de material de construcción desde lo más hondo del río.
La suerte no acompañaba a Tin por cuanto ya en la orilla, el pesado rodante vuelve a averiarse, esta vez al quemar el disco del closck, éste ofuscado maldijo a los cuatro vientos y desafió como hombre a nuestro Señor Jesucristo, lanzando improperios y con su Colt 3.57 magnum lanzó seis balazos al cielo; situación nuevamente superada por la ayuda de Galindo dada su habilidad con la mecánica.
Al regresar a Valledupar, Tin Montero no esperaba que Galindo le cobrara, situación que lo alarmó e incomodó pero a la vez consciente de que su acompañante también necesitaba el recurso, reconoció que debía cancelarle por los servicios prestados como mecánico. Sin embargo Tin, astuto como siempre, le manifestó que le estaba quedando poco dinero pero que le hiciera una rebaja habida cuenta de que él lo conocía antes de que su padre lo engendrada en el vientre de su madre y que debía tener un poco de consideración con él por cuanto fue quien presentó a su papá con su mamá para que se hicieran novios.
Ambúa contestó Galindo, buena cagá le presentaste a mi mamá, Por qué no le presentaste a un rico, por qué no le presentaste a Dámaso Villazòn, a Manuel Germán Cuello, a Tirso Maya, a Jorge Dangond; viniste fue a presentarle al pobretón de mi papá.