Historia de amor
“El Cuento de Pedro”
Por: Pedro Norberto castro Araujo
Es fácil perder la vida en un abrir y cerrar de ojos. Muy a pesar de que cuando transitamos en ella nos encontramos con espinosos senderos de pendencieros baches en un camino largo en el que eres maestro y alumno: unas veces te toca enseñar y siempre nos toca aprender, en ese trasegar es importante tener amigos que a la vez sean espejo y sombra: el espejo nunca miente y la sombra nunca se aleja. Un sabio sostenía que la vida está llena de incertidumbres por ello antes de obrar debemos calcular con exactitud cuál será el mejor paso y así evitar tropiezos y caer.
Fungí como Cónsul General de Colombia en Roma durante varios años, mi circunscripción abarcaba las regiones de Lazio, Umbría, Toscana, Sicilia, Cerdeña y Calabria en Italia además la de darle abrigo a los connacionales residenciados en los países de Grecia y Malta. En mis labores con la comunidad hicimos alusión al Carnaval de Barranquilla, en una mágica tarde de disfraces y fantasías se realizó el magno evento llevando carrozas y comparsas por los foros imperiales ubicados entre el Coliseo Romano y el monumento del Victorio Emanuel. Esa tarde me rencontré con una joven vallenata que hace muchos años no veía, ella con raíces en la ciudad de Rómulo y Remo, hecho que motivó mi espíritu para abrazar el sentimiento de la amistad y reencontrarme con paisanos y compatriotas residentes en la encantadora ciudad.
Marco Liguori, eminente médico internista con especialidades en diabetes y farmacología trabajó por muchos años al servicio de la ciencia aportando sus conocimientos a la humanidad desde sus frentes de batalla y trincheras ubicadas en los hospitales más importantes de Italia. Atado sentimentalmente con Leo Aaròn, una berraca cañaguatera, quien le entregó su amor y encanto, fue por años su compañera de vida y estuvo a su lado sus últimos años. El no conocía a Colombia pero en los encuentros con él lo hicimos soñar en busca de encontrar y conocer las raíces de su esposa, complaciente, hizo volar su imaginación hacia las cosas lindas que tiene nuestro país. Tanto que para cristalizar su amor, me pidió que como representante de los colombianos en esa república le entregara en el altar a su compañera de vida y a quien previamente de rodillas había pedido en matrimonio. Complacido, el día acordado recibió de mis manos en el altar a su dulce y abnegada esposa, digna representante de la integridad y honorabilidad de la mujer vallenata quien nunca le falló cumpliendo a cabalidad el juramento brindado ante Dios de estar ligada a él hasta el fin de sus días.
Marco era afectuoso, cálido y complaciente, dulce con Pepe, mi hijo, quien apenas balbuceaba. Al encontrar su pensión voló y voló en busca de algo que allá no hay: La calidez de un hogar, ello lo motivó a radicarse en Valledupar, eran muchas las ideas y esperanzas, tantas que la vida no le permitió realizar, quería diagnosticar y ayudar al necesitado vallenato, gestionó para montar su consulta gratuita, pero los trámites gubernamentales opacaron su buen aliento, construyó en memoria de su madre una mansión de frente a la sierra Nevada “Villa Libia” , donde al levantarse recibía la brisa fresca del Guatapuri y la calidez del sol de oriente, decorada con atardeceres luminosos y adornada con un mágico horizonte de múltiples trazos, en un cielo estrellado con multiplicidad de colores que atraen la luna llena que ilumina las noches, convirtiéndose en silencioso testigo y cómplice del cristalino amor , sellado hasta la muerte, de un italiano con una vallenata raizal.
Con Marco habíamos hecho un compromiso, le enseñaba la lengua castellana y él a Claudia y a mi, nos enseñaba el italiano, en su escaso acento aprendió vocablos, frases y palabras en español, que atadas en su memoria fue soltándolas hasta comprender el acento vallenato que nos identifica.
La vida en Valledupar fue muy corta para él, la muerte tocó sus puertas a temprana estadía, su vida en el Valle del Cacique Upar estuvo nutrida de afecto y mucho amor.
Mis amigos, el español Manuel Jiménez al igual que el italiano Marco Liguori quisieron echar raíces en la capital del vallenato, la vida les dio una mala pasada y partieron a la eternidad al igual que Jorge Arias Pinedo, un amigo paisa emprendedor, quien luchó por un sueño, se radicó en la ciudad de Florencia, forjó una importante lechería en la región de la Toscana, emprendimiento que no culminó porque la vida se le fue en un abrir y cerrar de ojos. Larga vida para Maurizio Pinelli y Alberto Magonio, dos italianos que llevan a Valledupar en lo más profundo de su corazón, casados con dos vallenatas inigualables, Roxi Camerillo Suárez y Nancy Quintero Suarez.