Chille quien chillare
“El Cuento de Pepe”
Por: Pedro Norberto Castro Araujo
Robles, tierra pujante, de gente alegre y trabajadora pero sobretodo de espíritu bonachón y dicharachero, connotación diáfana que identifica a todos los pueblos de la provincia de Padilla.
En el caso particular de Robles, los pacíficos se reúnen en las tardes frescas de la calle de la alegría a tertuliar en una de sus esquinas en confortables asientos elaborados en cuero de vaca por el artesano José Elías Márquez, alias Chalia. Ellos, “arrecostados” plácidamente a una pared, conversan y hablan durante toda la tarde y parte de la noche dándole oficio a su lengua, dialogan de todo un poco, de política, de los aconteceres sociales, religiosos, del orden público y hasta de lo mínimo que sucede en aquella pequeña población.
En ese intercambio intelectual es muy común que los tertuliantes al contar anécdotas enuncien o llamen a los personajes involucrados en la historia por su sobrenombre. Seudónimos interesantes para describir a aquel o aquien no se le recuerda por su nombre de pila pero que por su descripción, el oyente da con ella. Casos como el del Perreyeye el de Jairo, El Boque, El Negro el de Edilsa, El Chopo de Toñita, El Cacha de Dubis, Goyo el de Maryluz, Josué el de Calixto, La Mona de Luis Gregorio, Juvalito el de los deditos, Julio el Peluquero, Paco el del Cine, Pedro Norberto el de Maricuya, Clarena la de Genith, Hermógenes el de Pema, el Bancho de Luis Camilo y así sucesivamente van poniendo en contexto el tema con la descripción del personaje.
En la década de 1930, Julio, un prestigioso hombre de negocios aumentaba cada día más su círculo de amigos y de admiradoras dada su importancia social, intelectual, política y económica, situación que este aprovechaba para cortejar a las damas más hermosas de la población. Le era fácil no decir que no a una linda y distinguida señorita de la sociedad. A pesar de su compromiso sentimental con su esposa, mujer a quien amaba de manera desbordada, era complaciente con las mujeres que a él arrimaban.
En esa época era natural que una dama cediera a los caprichos de un enamorado y de esa relación sentimental, la pareja ocultamente procreara hijos extra matrimoniales sin que la mujer lograra el reconocimiento del progenitor;ñ, ante tal realidad, el menor tomaba el apellido de su madre.
Caso similar a los amoríos ocultos entre Eufemia y Julio César. A pesar de las críticas sociales, la pareja íntimamente se comprendía y se amaba, en su relación de muchos años habían traído al mundo varías niñas y en ese juego de amor buscaban al hijo varòn. En la vida siempre la quinta es la vencida y la naturaleza les cumplió el deseo. Cuando la partera anunció a viva voz que era un niño, su madre complacida y haciendo apología a ese amor reverencial sin titubear decidió bautizarlo con el nombre de su padre.
En la época por consideración y respeto, sus comadres y familiares le aconsejaron que tuviera prudencia por cuanto podría ocasionarse un escándalo social y sobretodo la esposa del progenitor muy seguramente se enfadaría.
De su parte, la madre no aceptó recomendación alguna y por encima de las súplicas de todo el mundo dijo: Mi hijo se va a llamar Julio César como su padre, chille quien chillare.
La jocosidad de los lugareños permitió que desde entonces en la población no se le conozca al niño Julio César por su nombre de pila sino por su seudónimo alias Chillares.