“Hágase la cucaracha muerta y sobreviva”
Por: Lilia Miranda
“Se hacen las muertas”, me dijo un día mi mamá, cuando le pregunté por una cucaracha que amaneció tirada boca arriba en el piso de la cocina.
-¿Así como las moscas muertas? – Le pregunté en tono irónico-
-Así mismo- ¡Hazte la pendeja! -Me dijo-.
Mi mamá sabía cuando yo me las daba de mosca muerta, o sea, me hacía la pendeja, la que no sabe nada. Eso era algo que habíamos aprendido en nuestra familia: Hacernos las moscas muertas. Y nos servía cuando nos preguntaban, por ejemplo: ¿Y a dónde andabas? ¿Porqué llegas a estas horas? ¿Con quién estuviste? Siempre nos inventábamos una historia poco creíble para justificar la mentira, y ahí venía el: “Te haces la mosquita muerta”. Ahora que lo pienso, es más efectivo hacerme la cucaracha muerta. Es que lo comprobé después, cuando ya vivía con mi marido y de las cucarachas había aprendido a hacerme la muerta. Por ejemplo, cuando yo no quería, ni tenía deseos de coger con él, recordaba la pose de la cucaracha muerta, aprendí a ponerla en práctica y me funcionaba porque aprendí con ellas mismas, con las cucarachas.
Una noche que me levanté al baño, ví una cucaracha sobre mi cepillo de dientes. Imaginé tener esa cucaracha en mi boca.
¿Cuántas veces habría estado esa cucaracha sobre mi cepillo sin que yo me diera cuenta?
Salí corriendo a buscar una escoba, porque el asco no me permitía matarla de un chancletazo y que quedara aplastada sobre mi cepillo de dientes. Pude haberme demorado unos 10 segundos, al regresar, la cucaracha estaba muerta. ¿Muerta?
¿Tan rápido? Deduje que así era, porque estaba bocarriba, tiesa, inmóvil, con las patas congeladas sobre mi cepillo. La observé, uno, dos segundos. Pensé: ¿Se estará haciendo la muerta? Entonces entré en un juego con la cucaracha, Simulé que salía del baño y apagué la luz. Me quedé quietecita, me hice la mosca muerta. Y ¡pumm! ….La cucaracha se voltea y empieza a caminar muy rápido a esconderse debajo del lavamanos. Como pude empecé a golpearla con la escoba. Le dí y le dí hasta que se le salieron las tripas. Una baba transparente con diminutas partículas cafecitas. Las patas se despegaron, algunas alas quedaron alrededor de ella. Con la escoba, la moví varias veces para comprobar si realmente estaba muerta. Esta vez no podía engañarme y para asegurarme de su muerte, agarré mucho papel higiénico, y la envolví en él. Sentía un asco terrible, se me paraban los pelos de la cabeza, se me pegaba la lengua, sentía mi piel como de gallina, mi mente se nublaba. Con todas estas sensaciones encima, logré envolverla y puse todo el peso de mi cuerpo sobre ella con mi pie derecho. Por último, la eché a la cesta de la basura.
Otro día, estaba de visita en casa de unas amigas. Me agarró la noche y me dijeron que me quedara a dormir en su apartamento. Abrieron un sofá cama en medio de la sala. Cuando ya estaba dormida, me despertó un ruido extraño. Era como una marcha de soldados en la selva. ¡Tan, tan, tan!…Lo sentía demasiado cerca de mi cama. Cuando hice el intento de levantarme, escuché como si esos soldados salieran despavoridos. Luego, silencio total. Volví a acostarme, tratando de conciliar el sueño de nuevo y empezó de nuevo aquella marcha: ¡tan, tan, tan! Esta vez me moví más fuerte y de nuevo mis soldados imaginarios salieron corriendo. Cada vez que lo hacía sucedía lo mismo. Sudaba de miedo, hasta que decidí prender la luz de un totazo. Me encontré con una cantidad impresionante de cucarachas haciéndose las muertas, o haciéndose las moscas muertas, como me decía mi mamá. Las dejé allí quietas. No supe a qué horas volví a dormirme. Cuando desperté, todo aquel ejército se había marchado.
Ahora, en este preciso momento, se me viene a la mente aquella chica que entra en la casa del “chico raro”, la del cuento “Las Crías” de María Fernanda Ampuero, narra la historia de un hombre sucio que no se fue con su familia y que su casa está llena de cucarachas. Ella, la protagonista, está arrodillada sobre una alfombra persa, y mientras mantiene en su boca “ese trozo de carne rosada”, pasa una cucaracha enorme al lado de su rodilla y la aplasta. En esta historia, las cucarachas no se hacen las muertas, ellas caminan por toda la casa, suben y bajan por las paredes.
¿Es mejor hacerse la cucaracha muerta? ¿O la mosquita muerta?
¿Qué me haría decidirme por aparentar ser una cucaracha muerta?
A las cucarachas no se les teme por miedo, sino por el asco que producen. Están en todas partes. Serán las únicas sobrevivientes después de una explosión nuclear. Hacen parte del equilibrio del ecosistema. Ellas son el alimento de otros animales y hasta polinizan. ¿Y la mosca? Igualmente, necesaria. Las dos contaminan, pero se dice que la mosca tiene más microbios en sus patas que la cucaracha.
La cucaracha es como el cáncer, cuesta arrancarlo de nuestras vidas, el cáncer me vuelve fuerte, como la cucaracha.