Cacería en Venecia
Por: Gonzalo Restrepo Sánchez
“A Haunting in Venice” (titulada en nuestro medio como “Cacería en Venecia”) es una película de suspenso sobrenatural estadounidense dirigida por Kenneth Branagh, basada en parte en la novela “Las manzanas” (título original en inglés: “Hallowe’en Party”) de Agatha Christie. De todas formas, si bien, las manzanas se observan en el filme, hay que estar muy atento a cómo se desarrolla la trama.
Lo principal y más plausible de la película es la creación de un decorado funesto desde el primer plano en el que se muestra a una Venecia infausta que se crece en cada imagen, y un sonido que nos va sumergiendo en el enigma. De todas formas, una cinta que se acerca más al territorio del thriller y hasta tiene elementos del cine de terror, a través de un incidente argumental que apela no solo a crímenes, sino además, viables aspectos paranormales, y durante las que el detective Hércules Poirot —Kenneth Branagh de nuevo dirige y actúa— se desvive por diferenciar lo racional de lo sobrenatural. Muchos de los personajes —entre ellos Poirot—, existen sacudidos por otro tipo de fantasmas, y tal como lo expresa el detective en algún pasaje, fantasmas con quienes hay que “provocar y lidiar”.
El cineasta Branagh apela a opacidades, perfiles obscuros, ángulos de cámara impetuosos, imágenes distorsionadas, una serie de ruidos absorbentes y otras coartadas consecuentes que pretenden crear opresión y confusión, en una narrativa por momentos difusa y acelerada. Respecto a la sucesión de interpelaciones de Poirot, alcanza a repercutir en lo repetitivo, en parte porque las pesquisas que va dejando no sorprendan pese a las desenfrenadas explicaciones que proporciona para justificarlas.
Con base en lo anterior, “Cacería en Venecia” da la sensación de que el cineasta se lo ha pasado estupendo, rodando de una forma que le ha concedido jugar en el mejor de los sentidos con cada uno de los semblantes de la puesta en escena: un correcto diseño de producción y un tremendo caudal de planos: cenitales —plano cinematográfico en que el eje óptico es perpendicular al suelo—, picados, contrapicados, oblicuos, planos holandeses —un encuadre en el que la cámara se inclina de 25 a 45 grados respecto a la línea del horizonte—, para hacernos sentir desequilibrio y ansiedad.
No obstante, Branagh no solo asiste a estos elementos de la gramática cinematográfica para acomodar su narración, sino que asimismo —y en alguna que otra ocasión— rueda con la cámara ligada al cuerpo pactando una apariencia que se vale tanto de una iluminación lúgubre, como de los elementos de la decoración que de alguna forma imperceptible nos están impávidamente situando en alerta.
Estamos pues ante un filme bueno en términos generales para los amantes del terror y de los whodunit —hace referencia a una complejidad de trama dentro de la novela policíaca, en la que un misterio o una especie de acertijos es su transcendental peculiaridad de interés—. “Esta noche se ha cometido un asesinato y no hay duda de que alguno de ustedes es el culpable”. Así se podría sintetizar también el whodunit, a la larga, un subgénero del policíaco en el que todos los personajes son sospechosos de un horrible crimen.
Otro ejemplo es “Asesinato en el Orient Express” de Christie, que llegaba a la gran pantalla en 1974 de la mano de Sidney Lumet. El enigma y su resolución es ya conocido, y más aún después del estreno en 2017 del remake dirigido por Kenneth Branagh. En este whodunit de manual, Hércules Poirot (Albert Finney) tiene la suerte o la desgracia de coincidir en el legendario tren con un conjunto de individuos sospechosos de haber cometido un asesinato en el compartimento colindante al del detective.