“May December”
Por: Gonzalo Restrepo Sánchez
Este melodrama nos relata la historia de un romance entre Gracie Atherton-Yu y su joven marido Joe, con sus hijos próximos de graduarse en el instituto. Además, sobre Gracie se va a rodar una película. La encargada de personificarla es la actriz Elizabeth Berry (Natalie Portman), quien resuelve pasar un tiempo con la familia de la actriz para intentar entender mejor a Gracie. En este sentido resulta ser “una metida” en todos los asuntos (habidos y por haber) de Gracie (Julianne Moore y posible ganadora del “Oscar”).
Dónde está el secreto del melodrama. “May December”, creería que resuelve con clase esa idea de “ese reflejo de la realidad y la realidad de ese reflejo”. Realidad y reflejo (o viceversa) en dos mujeres que juegan a ser únicas, dentro del imaginario de los espejos [la palabra espejo viene del latín speculum, que, a su vez, deriva del verbo specio, que significa mirar como interlocutores]. Entonces, surge la pregunta en ese primer tercio del filme: hasta qué punto es válido conocer todas las aristas de ese “espejo” de un personaje que será llevado al cine, donde solo se abarca una parte de su vida.
Volvemos como respuesta a esa idea de los espejos, en la puesta en escena y por supuesto en el guion. El ser humano, desde tiempos antiguos, ha sido consecuente de la dualidad ficticia de la realidad en “retratos” por medio de algunos planos reflectantes. Es quizá, por esto que, el espejo ha originado tanto encanto y hechizo en todas las culturas a través de los tiempos, convirtiéndose en objeto de enajenamiento y principio de la creación de alguna manera. Y aquí me refiero a Gracie y Elizabeth, donde dos actrices (o dos mujeres con máscara o sin ella, por momentos en la entrevista) intentan ser —para ser bien re significadas—, entendiendo que Elizabeth profundiza más en Gracie el personaje, aludiendo a otras entrevistas que en el fondo no le interesan —pensaría el espectador.
Si en este contexto de los espejos, se plantean desiguales significados socioculturales de “las alegorías transparencia/cristal y reflejo/espejo vistos a través del tiempo, ejemplificados con producciones artísticas que muestren las semejanzas, diferencias y puntos de convergencia de las mismas. De hecho, la misma historia del arte ha sido considerada tradicionalmente como una ventana con vista a una estética definida, aunque también se ha planteado la idea del arte como espejo dentro de un marco que refleja la historia del mundo. Se plantea, entonces, como punto de partida, la idea del espejo como reflejo del arte, no en su esencia ilusoria, sino en su capacidad de reconocimiento de la creación e invención de formas” (Melchior-Bonnet, 1996, p. 135).
Para concluir podemos escribir que el cineasta Todd Haynes está tan perfectamente obsesionado por esa idea de la alegoría “espejo-entrevista-espejo” cuando de ahondar en el alma de un personaje in situ [y todo lo que implica] se trata. Como ya lo advirtiera Jan Vermeer en su pintura “Ein Mädchen, das einen Brief liest” (1657) —“Muchacha leyendo una carta”, también conocida como “La lectora”—, el cristal actúa como creador de reflejos fantasmagóricos, de modelos que brotan detrás de la pantalla de transparencia.
Haynes, con su sapiencia habitual, utiliza el lenguaje cinematográfico, para en un segundo plano: ser más rudo, y desde ahí, edificar una fábula inquietante, anémica, y extenuantemente indefinida sobre el manejo de las relaciones, la manipulación, esos vestigios del agravio infantil, esa falsedad feroz del amor sensible, la inmadurez por momentos, y algo que salta a la vista como Intertexto: la ilimitada falta de miramientos de los medios de información.