Opinión

Los secretos de la nieve 

Por: Ramiro Díez V.

Una mañana fría y lluviosa de domingo, un pequeño avión perdió su ruta de vuelo. 

A 25.000 pies de altura, los vientos huracanados sacudían la pequeña nave, como una hoja seca al viento. 

Desde cabina una voz robótica tranquilizó a los viajeros y les explicó acerca de las turbulencias momentáneas. “Rogamos permanecer sentados y abrochar…” fue la frase que se interrumpió de golpe porque, de repente, a pesar de los esfuerzos desde el timón, y para terror de todos, el avión empezó a caer en picada. 

Después de un minuto que duró muchas horas, y gracias a una mezcla de pericia técnica, oraciones de los pasajeros, y maldiciones procaces del piloto, se logró estabilizar la nariz de la nave. 

Pero fue tarde: en medio de la neblina espesa como leche, nadie advirtió la montaña de roca y nieve que los esperaba de frente. 

Impacto. Y no hubo ningún testigo ni en el cielo ni en la tierra para narrar la tragedia, ni para describir la avalancha de nieve que se precipitó y que terminó por cubrir con el silencio y el misterio a la nave y a todas las víctimas, durante 40 años.

 En aquel avión viajaba un hombre joven que iba a contraer matrimonio una semana más tarde. Su novia —bellísima mujer—, lo esperó llorosa, una semana. Y un mes.  Y del avión nunca se supo, y ella lo siguió esperando durante un año. Y cinco. Y diez. Y durante todos los años.  Y aquella mujer rechazó a todos los candidatos a su amor porque quiso serle fiel al novio perdido entre las nubes.  

Entonces sucedió el milagro: 

Un día —40 años después del accidente—, la nieve empezó a derretirse, el avión quedó a la vista, y se pudieron ver y rescatar los cadáveres casi intactos, conservados por el frío. 

Y hasta las alturas imposibles subió una mujer ya muy entrada en años, soltera, con su rostro lleno de silencios y de arrugas, para reconocer al amor de toda su vida.  Y lo encontró: era él. 

Pero un gesto extraño de su viejo amor le llamó la atención. Sobre su pecho, aquel hombre empuñaba un objeto valioso. Cuando logró abrirle la mano, hecha garfio por el hielo y por el tiempo, encontró que apretaba un relicario de oro. Y adentro, casi intacta, la foto de otra mujer, amiga de ambos cuando fueron jóvenes. Las palabras escritas al reverso disiparon cualquier duda.

Dicen que de aquellas alturas bajó una mujer más vieja que la que había subido. Y que su rostro estaba más lleno de arrugas y silencios.

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