Cuento

“Si eso es tos, no es gripa”

“El Cuento de Pedro”

Por: Pedro Norberto Castro Araujo 

La marimba marcó una época donde se visualizó mucho circulante, donde el dinero era traído a granel en tulas enviadas sin escalas, desde el país del norte hasta nuestro territorio, lanzadas en pistas clandestinas en fajos de a 100, donde ya no había tiempo ni gente para contarla, sino para pesarla en bultos de tres rayas en básculas de mil libras para calcular su cuantía.

Ese desbordante flujo de dólares originó la migración de nuevos ricos hacia Barranquilla y Santa Marta, fue una  época dorada donde las nuevas familias adineradas quisieron escalar social y políticamente, donde construían su propio club al ser excluidos de los tradicionales, donde sugirió la idea de convocar una mesa redonda con el fin de reunirse y tomar decisiones y en donde el patrón ordenó buscar al mejor ebanista para que la construyera; la opulencia se demostraba con haciendas, mansiones, camionetas, fiestas, Old Parr, Browing 9 mm y carabinas M-1, donde se festejaban los corones contratando a las mejores orquestas  y estallando el cielo con el eco producido con las detonaciones de sus fusiles.

Cuando niño llegaron a mis oídos renombrados personajes como Ubida Pitre, el Gavilán mayor, Primo Ñao, Lucho Barranquilla, Capi Blas, Jatin Pinto, Fredy Calderón,Memin Cotes, Lucho Ángel,Alexander Paz y Rafita Barros.

Cuentos o fábulas, lo cierto es que fue una época que marcó una leyenda que narró episodios que hoy perduran por cuanto permanecen intactos en la memoria de muchos protagonistas quienes cuentan anécdotas para bien o para mal de una década que sembró en el imaginario colectivo vivencias que se cuentan de voz en voz en parrandas y reuniones de patios y esquinas.

Entre los miles de jóvenes campesinos que se engancharon en el negocio de la marihuana figuraba Lisímaco Antonio Peralta Pinedo, nacido  en el corregimiento de Las Flores, municipio de Riohacha.

Un hombre que empujado por la pobreza ejerció diversos oficios desde jornalero hasta conductor de camiones y taxis.

A mediados de los años setenta Lisímaco, al enterarse de las ganancias que producía la marihuana, decidió meterse al negocio, primero como transportador desde las fincas hacia los puertos y pistas de aterrizaje clandestinas y luego como comprador de cosechas que él mismo embarcaba. De esa forma amasó una gran fortuna e invirtió en propiedades en toda la Costa Atlántica.

En alguna ocasión sentados sobre pacas de yerba mala, Lisímaco Peralta le narró a Hernando Marín la historia de su vida, la pobreza que golpeó a su familia, las dificultades y penurias que lo acompañaron por muchos años, hasta que por fin, gracias a la marihuana, había logrado cambiar su situación económica.

Ademas le contó de sus sueños de infancia y de sus triunfos y derrotas amorosas. El artista, conmovido por el relato, le tarareó los primeros versos de aquella canción, que se convertiría en todo un clásico de la música vallenata.

Ya no tengo ni penas ni

sufrimientos/

ya se fueron como el viento

huracanado/

y las penas que me ardían dentro

del pecho/

de penas y sufrimientos se alejaron.

Cuenta Anibal Galindo haber sido testigo de la muerte de Lisimaco Peralta quien por circunstancias de la vida, murió asesinado en el corregimiento de Las Flores en una caseta amenizada por Colacho Mendoza y el Cacique Diomedes Díaz, mientras este lo complacía cantándole en su honor la canción “lluvia de Verano” ; 60 tiros de ráfaga de ametralladora, impregnados en su cuerpo, segando en segundos  su vida, el renombrado personaje quedó tendido en el piso, bajo el asombro de un público curioso que inicialmente corrió y luego regresó a murmullar su deceso. 

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